Lo
que hacíamos era útil, ¡ya lo creo que era útil! Claro que también puedo
entender que la gente no le encuentre utilidad, pero la gente por lo general es
estúpida, mira todos esos programas de televisión que ven; gente gorda que
quiere adelgazar, gente flaca que quiere
engordar, musculosos y musculosas sin un centímetro de cerebro que corren hacia
todos lados sin saber por qué. No sé.
¿Tú qué crees?
No
creo que útil sea el adjetivo. Al menos era útil para nosotros, útil para hallar nuestra
felicidad. No me mires así Oscar, sabes
que suele ocurrir esto. Siempre se repite el mismo pensamiento entre
los humanos. ¿Sabes esa vieja con artrosis que se doblaba hasta que se
amorataban sus raquíticas rodillas para
extraer de la caja torácica de los pobres de Calcuta las larvas que habían
empezado a corroer los cuerpos casi sin vida?. Sí esa vieja poco antes de morir
reconoció que no hacía nada de esto
únicamente por los pobres sino mayormente por ella, porque esa era la
forma de dar sentido a su vida. La gente es pus, sal y sangre y la mayor parte
del tiempo no sabe por qué está aquí. Y
la mayor parte del tiempo piensa estoy triste o estoy aburrido. ¡No puede ser que vaya a vivir los
cuarenta años que me quedan triste o aburrido! Mucho más razonable resultaría
ser animal porque se supone que los
animales no se sienten ni tristes ni aburridos.
Y
¿para qué les quitaba las larvas? Si
tenían larvas es que ya estaban muertos
o medio muertos. Medio morbosa esa vieja, ¿no?
Ni tanto. Por ejemplo,
entre los abusos que Casament recogió sobre la situación de los indígenas
de Putumayo, se encuentra la descripción de espaldas vueltas llagas a
base de latigazos. Algunas de estas llagas llenas de larvas, y los indígenas
con larva y todo seguían extrayendo caucho de los árboles a machetazos.
Qué difícil es todo, se dice Silvia mientras
agarra su vaso de chela. Tiene la mirada envuelta en algo desconocido una
especie de bruma pero que viene de atrás
de esos tiempos que Oscar se empeña en revivir
aunque es viernes por la noche, y el lugar está lleno de gente que canta
al oído de otra gente, y bailan pegados los unos a los otros. En la mirada de
Silvia hay también frustración, había planeado bien esta noche: unas cuantas
chelas, un par de bailes apretaditos, y un par de polvos, el primero salvaje,
el segundo más tierno. Pero por cómo ha empezado todo, es más que probable que
no sucedan ninguna de estas cosas. Ahora empezará a hablar de Raúl, piensa, y se pondrá a llorar dos chelas
después.
Para
mí Raúl no es como para lagrimear, se
dice, si bien el suyo fue un destino triste también es verdad que
él mismo eligió ese destino. Pero
Oscar sí que no pasa un día sin que
piense en Raúl. Yo también pienso a diario en Raúl pero no de la misma manera. Anoche justamente
soñé con él. En el sueño venía corriendo con una cosa en la mano, al principio
me pareció un libro lo que mostraba alzando el brazo, después me di cuenta de
que era una pistola. ¿Qué haces con
eso?, le dije. No te enfades me contestó, es como tú y como yo, solo que no es
de carne. Bien mirado tienes razón, se parece mucho a nosotros, terminé reconociendo,
sintiendo incluso culpa por haberla descalificado al inicio. ¡Ale! ¡vamos a
comer! Concluí. Y poco después nos sentábamos los tres en la mesa: él, la
pistola y yo. Yo masticaba feliz mirando a uno y a otro, mientras sentía palpitar las balas dentro de su cuerpo
metálico. Por un momento se impuso la
necesidad de alertarla, aún a sabiendas
de que podía ir, con ello, contra las buenas costumbres en la mesa: “ten
cuidado querida, no vaya a ser que se te escape una de esas que llevas dentro
directamente en la sien de Raúl”. Su
sonrisa metálica me devolvió un “cómo se te ocurre” sin palabras. Lo que
logró tranquilizarme aunque desde el primer momento supe el desenlace de la
historia
¿Te
vas?, te prometo que no voy a hablar de
Raúl.
Silvia,
que había hecho el amago de levantarse, volvió a recostar su largo y cansado
cuerpo en la silla. Sonaba una salsa triste desde la
gramola del bar, una separación, una reconciliación, una nueva separación.
Silvia se sintió totalmente identificada
con la letra. Las personas son bolas de arcilla moldeadas por el ambiente. En
ese momento Silvia era una bola de arcilla aplastada.
Lo
que le pasó a Raúl era solo cuestión de
tiempo. Recuerdo el primer día que entró por la puerta del local. Era uno de
esos adolescentes retraído y vergonzoso pero de mirada provocadora, de mirada agresiva.
Físicamente podría haberse confundido
con cualquier otro adolescente; tenía acné en la frente y la barbilla,
era flaco y desgarbado, andaba como animado
y frenado por dos fuerzas contrarias que actuaban a la vez. Por aquel
entonces debía tener catorce años. Habíamos oído hablar de
su caso. Su madre nos expuso la situación de manera somera a través
del teléfono. También nos había
mandado por fax el expediente del
colegio donde el chico estudiaba. Como digo su caso no era diferente al de otros casos; era maltratado
por sus compañeros en la escuela, y de familia era desestructurada, padre
drogadicto, madre co-dependiente.
Oscar
se había encariñado con él al instante porque el chico era poeta, claro que no
mostraba nada de lo que hacía, pero la verdad es que era muy tierna su silueta
doblada sobre el cuaderno que siempre
llevaba consigo.
Les
enseñábamos a volar, dijo Oscar volviendo al tema, mientras limpiaba con su
mirada acuosa cada milímetro del local. A
esos chicos, les enseñábamos una realidad alterna, un sitio real dónde
refugiarse lejos de gritos y las palizas. No sé qué salió mal con Raúl. Creo que en el
fondo nunca nos necesitó. Creo que escribió hasta que se le acabó el cuaderno.
Silvia te acuerdas ese poema que nos mostró
una vez, ¿cómo era?
Claro que se acordaba: “Pero
el flujo de la sangre vuelve siempre al mismo sitio,
Dónde
no hay lugar”
Son
chicos condenados Oscar, dijo Silvia mientras se limpiaba las lágrimas que
había hecho brotar el recuerdo del verso. Además no sé lo efectiva que resultaba nuestra terapia. De verdad no
lo sé. Pobre Raúl. Y pobres de nosotros que
nos dejó con todo esto. ¿Recuerdas aquella vez que lo mandaste a la
luna? Yo estaba monitoreando sus sueños,
cerca de un mes estuvo en ese espacio, un mes entero sentado en el mismo cráter,
un mes entero sin hacer la más mínima exploración. Sólo él, su cráter y su
cuaderno. ¡Y ni siquiera es que se diera el esfuerzo de buscar el cráter, no es
que rastreara la zona y se acomodara en el mejor, no, simplemente apareció
allí.
Si...pero..., tienes razón. Reconoció Oscar bajando la mirada hasta el fondo del vaso. Me hubiera encantado seguir quitándole larvas.
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