domingo, 26 de junio de 2016

Viaje a la luna



Lo que hacíamos era útil, ¡ya lo creo que era útil! Claro que también puedo entender que la gente no le encuentre utilidad, pero la gente por lo general es estúpida, mira todos esos programas de televisión que ven; gente gorda que quiere adelgazar, gente flaca  que quiere engordar, musculosos y musculosas sin un centímetro de cerebro que corren hacia todos lados sin saber por qué.  No sé. ¿Tú qué crees?
No creo que útil sea el adjetivo. Al menos era útil  para nosotros, útil para hallar nuestra felicidad. No me  mires así Oscar, sabes que suele ocurrir esto.  Siempre se  repite el mismo pensamiento  entre  los humanos. ¿Sabes esa vieja con artrosis que se doblaba hasta que se amorataban  sus raquíticas rodillas para extraer de la caja torácica de los pobres de Calcuta las larvas que habían empezado a corroer los cuerpos casi sin vida?. Sí esa vieja poco antes de morir reconoció que no hacía nada de esto  únicamente por los pobres sino mayormente por ella, porque esa era la forma de dar sentido a su vida. La gente es pus, sal y sangre y la mayor parte del tiempo no sabe por qué está aquí. Y  la mayor parte del tiempo piensa estoy triste o estoy  aburrido. ¡No puede ser que vaya a vivir los cuarenta años que me quedan triste o aburrido! Mucho más razonable resultaría ser animal porque se supone que  los animales no se sienten ni tristes ni aburridos.
Y ¿para qué les quitaba las larvas?  Si tenían larvas es que ya  estaban muertos o medio muertos. Medio morbosa esa vieja, ¿no?
Ni tanto. Por ejemplo, entre los abusos que Casament recogió sobre la situación de  los indígenas  de Putumayo, se encuentra la descripción de espaldas vueltas llagas a base de latigazos. Algunas de estas llagas llenas de larvas, y los indígenas con larva y todo seguían extrayendo caucho de los árboles a machetazos.
Qué  difícil es todo, se dice Silvia mientras agarra su vaso de chela. Tiene la mirada envuelta en algo desconocido una especie de bruma  pero que viene de atrás de esos tiempos que Oscar se empeña en revivir  aunque es viernes por la noche, y el lugar está lleno de gente que canta al oído de otra gente, y bailan pegados los unos a los otros. En la mirada de Silvia hay también frustración, había planeado bien esta noche: unas cuantas chelas, un par de bailes apretaditos, y un par de polvos, el primero salvaje, el segundo más tierno. Pero por cómo ha empezado todo, es más que probable que no sucedan ninguna de estas cosas. Ahora empezará a hablar  de Raúl, piensa, y se pondrá a llorar dos chelas después.
Para mí Raúl no es como para lagrimear,  se dice, si  bien el suyo  fue un destino triste también es verdad que él  mismo eligió ese destino. Pero Oscar  sí que no pasa un día sin que piense en Raúl. Yo también pienso a diario en Raúl  pero no de la misma manera. Anoche justamente soñé con él. En el sueño venía corriendo con una cosa en la mano, al principio me pareció un libro lo que mostraba alzando el brazo, después me di cuenta de que era una pistola. ¿Qué  haces con eso?, le dije. No te enfades me contestó, es como tú y como yo, solo que no es de carne. Bien mirado tienes razón, se parece mucho a nosotros, terminé reconociendo, sintiendo incluso culpa por haberla descalificado al inicio. ¡Ale! ¡vamos a comer! Concluí. Y poco después nos sentábamos los tres en la mesa: él, la pistola y yo. Yo masticaba feliz mirando a uno y  a otro, mientras  sentía palpitar las balas dentro de su cuerpo metálico. Por un  momento se impuso la necesidad de alertarla, aún  a sabiendas de que podía ir, con ello, contra las buenas costumbres en la mesa: “ten cuidado querida, no vaya a ser que se te escape una de esas que llevas dentro directamente en la sien de Raúl”. Su  sonrisa metálica me devolvió un “cómo se te ocurre” sin palabras. Lo que logró tranquilizarme aunque desde el primer momento supe el desenlace de la historia
¿Te vas?,  te prometo que no voy a hablar de Raúl.
Silvia, que había hecho el amago de levantarse, volvió a recostar su largo y cansado cuerpo en  la  silla. Sonaba una salsa triste desde la gramola del bar, una separación, una reconciliación, una nueva separación. Silvia se sintió totalmente  identificada con la letra. Las personas son bolas de arcilla moldeadas por el ambiente. En ese momento Silvia era una bola de arcilla aplastada.
Lo que le pasó a Raúl era solo  cuestión de tiempo. Recuerdo el primer día que entró por la puerta del local. Era uno de esos adolescentes retraído y vergonzoso pero de mirada provocadora, de mirada agresiva. Físicamente podría haberse confundido  con cualquier otro adolescente; tenía acné en la frente y la barbilla, era flaco y desgarbado, andaba como animado  y frenado por dos fuerzas contrarias que actuaban a la vez. Por aquel entonces debía tener catorce años. Habíamos oído  hablar de  su caso.  Su madre nos  expuso la situación de manera somera a través del teléfono. También nos  había mandado  por fax el expediente del colegio donde el chico estudiaba. Como digo su caso no era  diferente al de otros casos; era maltratado por sus compañeros en la escuela, y de familia era desestructurada,  padre  drogadicto, madre co-dependiente.  
Oscar se había encariñado con él al instante porque el chico era poeta, claro que no mostraba nada de lo que hacía, pero la verdad es que era muy tierna su silueta doblada sobre el  cuaderno que siempre llevaba consigo.
Les enseñábamos a volar, dijo Oscar volviendo al tema, mientras limpiaba con su mirada acuosa cada milímetro del local. A  esos chicos, les enseñábamos una realidad alterna, un sitio real dónde refugiarse lejos de  gritos y las palizas.  No sé qué salió mal con Raúl. Creo que en el fondo nunca nos necesitó. Creo que escribió hasta que se le acabó el cuaderno. Silvia te acuerdas ese poema que nos mostró  una vez,  ¿cómo era?
Claro que se acordaba: “Pero el flujo de la sangre vuelve siempre al mismo sitio,
Dónde no hay lugar”
Son chicos condenados Oscar, dijo Silvia mientras se limpiaba las lágrimas que había hecho brotar el recuerdo del verso. Además no sé lo efectiva  que resultaba nuestra terapia. De verdad no lo sé. Pobre Raúl. Y pobres de nosotros que  nos dejó con todo esto. ¿Recuerdas aquella vez que lo mandaste a la luna?  Yo estaba monitoreando sus sueños, cerca de un mes estuvo en ese espacio, un mes entero sentado en el mismo cráter, un mes entero sin hacer la más mínima exploración. Sólo él, su cráter y su cuaderno. ¡Y ni siquiera es que se diera el esfuerzo de buscar el cráter, no es que rastreara la zona y se acomodara en el mejor, no, simplemente apareció allí.
Si...pero..., tienes razón. Reconoció Oscar bajando la  mirada hasta el fondo del vaso. Me hubiera encantado seguir quitándole larvas.

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