domingo, 23 de diciembre de 2012

Sueño Escatológico


Tenía un sueño y estaba buscando como un enajenado cualquier forma de hacerlo realidad. Había nacido en Austin, Texas, pero no tenía botas de montar a caballo y creía en el verdadero amor con una nostalgia tal que lo empujaba a hacer cosas inexplicables como llorar mientras daba de comer a los peces.

             Un entrecejo importante enmarcaba su nariz, y sus ojos casi siempre a punto de estallar; podemos decir que era retraído, sin embargo tenía por costumbre aburrir hasta la saciedad con su verborrea al más ducho en temas delirantes. En aquella época incubaba la que después fue denominada por conocidos especialistas como su idea más disparatada, quería superar a Steven Spielberg, pero ni siquiera conjuraba una concepción cabal de quién era el director estadounidense, es decir, sabía que provenía de una familia judía, que renegó de su cuna religiosa durante toda su adolescencia por avergonzarse de la barba blanca y larga de su abuelo, así como de su abrigo negro de paño. También sabía que Spielberg había sido boy scout,  y que esto le había abierto a su vez muchas puertas, aunque desde luego no era capaz de comprender de qué forma saber utilizar todos los utensilios de una navaja multiusos había colocado a Spielberg en lo  más alto del estrellato. Para mí también, si he de ser franca, esa relación escapa a mis cálculos.

            El caso es que su proyecto estaba bien afincado en el cerebelo de nuestro héroe. Por momentos hacía bruñir a su hipotálamo y se pensaba a sí mismo enamorado de esa idea descomunal. Fue mientras su padre le hablaba de la crisis del existencialismo, ya nadie leía a Sartre, ese autentico caballero francés al que todos los hippies de mayo del 68 arrojaron adoquines por viejo, incluso “carca” se atrevieron a llamarlo ese ejército de  patillas hediondas. De todo esto se lamentaba su padre un domingo por la mañana con el Financial Times entre las  manos, mientras él pensaba que, muy posiblemente, la mierda más grande filmada nunca es la que sale en Jurassic Park, y de ahí empezó a concebirse el germen de la idea que después sería el motor de todas sus aspiraciones, es decir, superar a Spielberg rodando una película en la que saliera una mierda que, al menos fuera el doble de la de aquel dinosaurio.

             Con esa aspiración empezó a mover todos los hilos que estaban a su mano para conseguir su propósito: en primer lugar, se le planteó, como es natural, el problema económico, si el salario que recibía trabajando como mesero los fines de semana apenas le alcanzaba para sobrevivir, cómo podría comprar una cámara, una mesa de edición, focos, en fin, los actores que danzarían alrededor de la mierda.

            Una noche, abrumado por todos estos asuntos de carácter práctico, salió a su porche a mirar las estrellas y le pareció que ciertamente era muy fácil hacerse una imagen completa del universo sólo a través del haz de luz de algunas estrellas, de ahí empezó a pensar en heces, por el parecido entre las dos palabras y se imaginó todo el universo lleno de materia orgánica en descomposición, y después pensó que obviamente eso era el universo: energía que se agota, por lo que todo estaba tan jodidamente relacionado que ¿por qué no? Grabaría esa película fuera como fuera.  Así que comenzó a buscar trabajo como no lo había hecho en la vida, en realidad siempre había sido un tipo anodino, y soñador, es decir, un vago de primera. El trabajo como mesero se lo consiguió su tía Silvana, que por más que no parara de despotricar sobre la vagancia de su sobrino y de los dolores de cabeza que sufría su hermana a causa de ello, también era, por cierto, una auténtica holgazana  cuyo único logro había sido contraer matrimonio con Ray, el dueño de Ray and Brothers, una de las firmas más importantes en el negocio de la venta de automóviles de segunda mano en Austin, el cual, a su vez, y con el tiempo, se vio envuelto en un sórdido asunto de pederastia que ahora no viene al caso.

            Fue en el mes de marzo cuando por fin nuestro héroe recibió contestación de dos ofertas de empleo y, con más prisa que demora, se convirtió en pluriempleado, como cajero en un supermercado por las mañanas y como paseador profesional de los perros del vecindario por las tardes, más bien noches, todo esto sin renunciar a su trabajo del fin de semana.  Esta actividad frenética lo tenía francamente agotado a tal punto que prácticamente había perdido las ganas de llorar delante de su pecera.

            Nuestro héroe era un soñador, ya lo dijimos antes, y por eso cada cierto tiempo albergaba este tipo de pensamientos disparatados, máxime cuando tienes diecinueve años y te da por pensar que todo lo que te tenía que pasar te ha pasado ya, y que, bueno, a la vida le quedaba poco más que ser una sucesión de recuerdos de felicidad, en fin, la idea de grabar la película le disuadió de todo aquello y el trabajo no le dejó tiempo para recaer.

            Así se sucedieron los días y, al cabo de unos cuantos meses, había conseguido reunir el dinero suficiente como para comprar una cámara; al mismo tiempo se había dedicado a investigar todo lo que pudo sobre el cine escatológico, y es así como, obviando por completo su producción literaria y poética, conoce a Pasolini, el que, a su entender, realizó el mejor retrato de la coprofagia en  “Saló o 120 días de Sodoma”, en esa escena crucial en la que una prostituta habla de aventuras de retrete mientras unos invitan a otros a comer mierda. La suerte del director, por el contrario, no dejaba de parecerle un mal presagio, pero qué diantres, ¡él no había militado en la izquierda!, aunque, como el italiano, pensaba que se podía decir mucho metafóricamente a raíz de un excremento.

            La cámara la compró en una tienda de segunda mano, un establecimiento pequeño que se dedicaba a comprar barato y vender caro, como suele suceder en todos estos sitios; sin embargo, pese a que su dueño era un usurero, los precios no dejaban de ser ostensiblemente menores a los que se ofrecen en tiendas de primera mano.  En ese lugar desfilaron frente a sus ojos las Cámaras Profesionales de Video Digitales SONY DV, DVCAM, Betacam, SVHS, HI 8, VHS, BETAMAX, Video 8 y muchas más. Al final no sabemos cúal de ellas compró porque ni siquiera él lo supo, tan aturdido estaba con la amalgama de nombres y sus ansias de comenzar la película al instante eran tan grandes que, al cabo de dos horas, y confundiendo los modelos y las explicaciones que le había dado el pequeño Sonny, el dependiente de la tienda de segunda mano, se limitó a señalar una, una cualquiera en ese universo de lentes y pulgadas. A todo ello también contribuyó el hecho de que el pequeño Sonny estaba agotado de que la gente le dijera que lo suyo era una especie de destino universal, ya se sabe, el hecho de llamarse Sonny, y vender cámaras Sony... Era una observación que todos pensaban ingeniosa, y así se la hacían llegar al dependiente al menos tres de cada cuatro clientes, por lo que aquella mañana y cuando nuestro héroe se lo dijo,  Sonny no pudo aguantar más, y el resto de la explicación  sobre las cámaras se la dio desmotivado y a regañadientes.

             Con todo y con ello, a la salida de la tienda, nuestro protagonista ya tenía medio sueño hecho realidad, y, un mes después, había conseguido que los estudios cinematográficos que tenía habilitados la universidad local, accedieran a dejarle grabar su película en ellos; todo esto lo había logrado a base de colarse en fiestas de hermandades y  de ganar un par de concursos de beber cerveza. Las dos batallas las ganó por KO, y así es como empezó a franquearse una fama, merecida por cierto, pues el esmirriado cuerpo de nuestro protagonista, al que se le notaban las costillas tanto como a un galgo, hacía que, a la postre, su entereza bebiendo cerveza fuera todavía más alabada.  Pero pese a que todo estaba saliendo según lo previsto, pese a que cada vez estaba más cerca de grabar la película que lo llevaría al estrellato, las pesadillas que atenazaban el corazón de nuestro protagonista no habían desaparecido, sobre todo una que tenía de forma recurrente lo estaba haciendo despertar exaltado prácticamente todas las noches. En el sueño  aparecía en un lago helado, el fondo era similar al de “Doctor en Alaska”, serie que veía con asiduidad, y bien, en su sueño estaba descalzo sobre el lago de agua congelada y las venas de sus piernas y sus brazos aparecían inflamadas, de un azul azabache,  a punto de estallar mientras un dolor agudo se instalaba en su cabeza. Entonces, pensaba en calcetines, en patucos, en zapatillas, pero claro, ninguna de estas cosas tenía a mano. Debajo del lago, como filtrándose por una pequeña grieta, podía ver las orejas de Mickey Mouse, un Mickey Mouse presumiblemente congelado pero que tampoco alcanzaba a ver en su totalidad, únicamente podía ver las orejas, intentaba tocarlas con los dedos, pero la grieta era tan estrecha, y sus dedos, por el contrario, cada vez más anchos y más morados a causa de la congelación.

             En la segunda parte de su sueño seguía habiendo objetos congelados, esta vez estaba en la cocina de su casa con una bolsa enorme que contenía pollos congelados; calculaba el espacio que tenía en el congelador y miraba la bolsa, y estudiaba las posibilidades reales de que cupieran todos esos pollos. Ninguna, pensaba, no existía ninguna posibilidad, pues la bolsa con pollos doblaba su propio tamaño; sin embargo, empezaba una suerte de juego de Tetris intentando hacer hueco a los pollos. Por su puesto que todos sus esfuerzos eran inútiles, sus manos se congelaban más y más, y al final, después de llevar horas y horas colocándolos con precisión, siempre se daba cuenta de que tenía que volver a empezar porque de esa forma nunca cabrían en su congelador; era la historia de Sísifo empujando su enorme piedra por la ladera empinada una y otra vez, maldiciendo su suerte eterna.

            Estos sueños lo dejaban abatido y perturbado durante buena parte de la mañana, con frecuencia se levantaba intentando desentumecer sus manos que tanto habían padecido en sueños, pero, por suerte, a lo largo de la mañana, conseguía rehacerse y recuperaba sus fuerzas para el rodaje de la película que empezó una semana de primavera. La calle olía a jazmines y la luz se filtraba inconmensurable entre las hojas de los árboles, los balcones floreados, las farolas de las grandes avenidas; podría decirse que ese era uno de los días más felices de su vida, o al menos así lo sentía él, que caminaba con pasos seguros hacía su destino. En el trayecto, hacía los estudios universitarios, incluso se reservó el lujo de mirar a la gente a la cara y de saludar tanto a conocidos como a desconocidos con un gesto de altivez que hizo pensar a más de uno que ese muchacho enjuto y enclenque había echado esa noche el polvo de su vida, sin embargo, nada más lejos, la chica de nuestro escuincle protagonista debía medir más de cinco metros y tener a todas luces la apariencia de una gran montaña de heces.

            Ya había ultimado todos los detalles sobre el rodaje, sabía cuáles serían los planos utilizados, había seleccionado a cada uno de los actores entre el grupo de teatro universitario, le faltaban un par de detalles del decorado nada más y, en cuanto a su prioridad, siguiendo otra vez a su maestro Pasolini había decidido revestir la que haría de  mierda con crema de cacao y mermelada de fresa, tal como hiciera el escritor, poeta y director en Saló.

Comienza la película, sobre un fondo en negro aparecen los títulos, el sello de la directora universitaria, el nombre y apellido de nuestro protagonista precedido de  “Directed by”. El fondo en negro va desapareciendo como absorbido por una bruma que luego dará paso a una imagen en la que aparecen siete jóvenes tomando el sol a orillas de un lago; la escena fue rodada en el lago Austin, uno de los muchos lagos que tiene la ciudad y que es especialmente concurrido, sobre todo en el verano cálido y húmedo que presenta la cuarta ciudad más grande de Texas.

             Los jóvenes juegan a las cartas, con una mano extienden cartas al centro del círculo y con la otra ocultan aquellas  que no quieren mostrar a sus compañeros de juego, la velada transcurre plácidamente, pero en cierto momento uno de los participantes, un muchacho con el pelo grasiento y grandes orejas empieza a mirar de manera aviesa a una de las chicas que tiene enfrente. La joven que a su vez no parece darse cuenta de nada de lo anterior, puesta su atención por entero en el juego, pero al cabo de un tiempo, es alertada por una de sus amigas de las miradas que le prodigan casi desde el mismo momento en que se dio inicio al juego. Al saber esto, lejos de sentirse ofendida, se acerca al joven y le enseña un trozo de muslo blanco y resplandeciente. pues la luz del sol primaveral incidía directamente en él. Acto seguido el chico palmea su trasero y los dos, entre risitas estridentes, se separan del grupo, en ese momento suena: I fougth the law de The Clash y los dos se pierden entre el follaje dando saltitos.

            En la siguiente escena ya están ellos dos solos frente a la adversidad del bosque, pasean cogidos de la cintura, entonces él le dice al oído que le encanta la blandura de su cuerpo, y como respuesta, ella se sonroja, y dice: “calla, eres malo”, pero esta frase se ve interrumpida por un grito ahogado y cavernoso que proviene desde el mismísimo tórax del joven que caminaba a su lado, el cual, ante su sorpresa, acaba de encontrarse con la mierda más grande jamás rodada en ningún estudio cinematográfico, ahí estaba por fin materializados los desvelos y aspiraciones de nuestro héroe, una mierda de proporciones descomunales. En la siguiente toma, la joven interpela a su acompañante con preguntas del tipo: “¿Qué es eso?”, a lo que el joven responde: “es lo que parece, una gran montaña de mierda”, y la conversación continúa: “¿Pero quién o qué ha podido crear algo tan descomunal?”, y el joven contesta: “Pues, no lo sé, Marggie, y eso es lo que más me aterra”.

            Al instante se suceden una serie de planos confusos a gran velocidad: un precipicio, un tablero de ajedrez,  una playa desierta, un mago que hace el gesto de sacar algo de su chistera pero no saca nada, un helado de fresa, una sandía, un paisaje invernal, un niño sin camiseta llorando a la puerta de un cine, un anciano que apunta a alguien con la mano y unas ovejas conducidas al interior de una iglesia por un enano (la referencia a Buñuel no pasa desapercibida para nadie). Después, los dos jóvenes vuelven al círculo con sus amigos e intentan, por todos los medios, mantener la normalidad, actuar como si no hubiera pasado nada, pero para qué decir que esto era a tal punto imposible que, cuando todos felicitan a la joven Marggie por haber ganado la partida, ésta estalla en sollozos desconsolados.
 
Al final de la película, la sociedad occidental se desploma como un castillo de naipes, todos dejan sus trabajos, utilizan el trueque, viven en el bosque, crían animales y aran la tierra, andan en harapos y pierden todo el contacto con la telefonía móvil. El significado final de la película vendría a decir algo así como que da igual que existan miles de situaciones incomprensibles e injustas, como tres tercios de mundo subdesarrollado sobre uno de desarrollado, los conflictos en los Grandes Lagos, Sierra Leona, tráfico de armas encubierto en forma de ONGs, el SIDA, las crisis económicas, etc., a veces hace falta una mierda del tamaño del Central Park para que nos demos cuenta de que algo no encaja, algo ciertamente va mal, y nos obliga a plantearnos todo el entramado de relaciones que constituye nuestras vidas.  

            El primer premio que ganó la película era el de jóvenes revelaciones de la Universidad de Austin, y varios premios más a escala local. Tras esto, se proyectó en ciclos de cine independiente organizados por varias asociaciones de la ciudad, desde la casa por la igualdad de género, hasta  protectoras de animales. Inexplicablemente había calado en un amplio espectro de la sociedad el mensaje último  del film. Nuestro protagonista fue entrevistado en varios periódicos locales y en revistas culturales, y a todos contestaba que no pensó mucho lo difícil que resultaría llevar a cabo su proyecto, simplemente era su sueño y éste se impuso de forma autómata a su voluntad sin que él, simple títere pudiera mediar palabra.

            Al cabo de unos meses, empezó a ser nominada para los mismos premios que habían llamado a la puerta de Steven Spielberg: los BAFTA, los Globos de Oro y, finalmente los Oscar, donde no ganó, ofendiendo con ello a los críticos más relevantes en materia cinematográfica. Nuestro protagonista estuvo en Berlín, estuvo en Cannes, estuvo en Bilbao y en Hollywood, donde daba grandes paseos mirando con pasmo las casas de las celebridades, mientras andaba como hipnotizado con la manos a la altura del vientre, a lo canguro, con la mirada extraviada y la respiración entrecortada, pues todo aquello excedía en mucho sus más elevados sueños de grandeza. Sin embargo, se consolaba pensando que seguramente Napoleón por más libros de caballería que hubiera  leído, así como el mismísimo Alejandro Magno, ninguno de ellos podía sospechar si quiera cuanto albergaría su éxito y su posterior fama. El caso es que, como él mismo pudo constatar para su sorpresa, ningún cambio había operado en su persona, aunque todo a su alrededor había cambiado; ahora podía comer con el mejor vino francés en cuantos restaurantes exclusivos quisiera, y, sin embargo, todo esto no iba con él, se sentía extraño sentándose en un lugar así, comprando una televisión de alta definición o vistiendo a su perro con seda importada.

            Por otra parte, las pesadillas se habían incrementado últimamente, fruto de su agitación cotidiana, imagino, la última que tuvo en el mes de septiembre lo transportaba al interior de una fosa común; él sabía que era una fosa común, porque evidentemente eso era una fosa, escavada en el suelo a las afueras de un ghetto de Varsovia, la humedad allí dentro era, o así lo sentía él, superior al 70%, y un hedor nauseabundo hacía retorcer cada músculo de su estómago, pero allí dentro no había ningún cadáver, sólo miles, cientos de miles de smokings, unos encima de otros, con sus respectivos mocasines y calcetines, así como sombreros de copa y pajaritas,  la noche caía sobre la fosa común, perdiéndose en las montañas que se oteaban desde el interior, allí a lo lejos, los postes de la luz y las nubes grises. Se escuchaba una alarma en la lejanía y un ejército de niños famélicos se asomaba desde un extremo de la fosa, él les pedía ayuda a gritos, aunque en su foro interno sabía que podía salir de ahí cuando quisiera, que sólo tenía que intentarlo, sin embargo prefería someterse al auxilio de los niños que ahora estaban sentados a la orilla de la fosa intercambiando impresiones sobre clubs de fútbol y videojuegos, desoyendo por completo las súplicas de nuestro protagonista que, cansado como se encontraba, había decidido ponerse a dormir, habitándose para ello  un refugio entre los smokings.

 

sábado, 15 de diciembre de 2012

Al principio, el agua se comportaba igual que una ola
Que todo el tiempo se esconde hacía dentro
Para luego volver con fuerza a la orilla.
Después empezó a salir a raudales cruzando mi pecho,
 a circular alrededor de las paredes
 Con un oleaje salvaje y circular

Inundándolo todo, enmoheciéndolo y degradándolo todo también.
Al tiempo,  cuando una va aceptando, no le queda más que el baile
De quién ha sido vilipendiado por las olas durante mucho tiempo
Y al llegar a su casa, y tumbarse en la cama,
Sigue sintiendo la resaca rutinaria del mar sobre su cuerpo.

Ya no importa si escribe o no
Hoy vi amor en las manos y en los ojos de mi abuela,
Vi como es, y vi que estaba en calma

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...