Tenía un sueño y estaba buscando como un enajenado cualquier forma de
hacerlo realidad. Había nacido en Austin, Texas, pero no tenía botas de montar
a caballo y creía en el verdadero amor con una nostalgia tal que lo empujaba a
hacer cosas inexplicables como llorar mientras daba de comer a los peces.
Un
entrecejo importante enmarcaba su nariz, y sus ojos casi siempre a punto de
estallar; podemos decir que era retraído, sin embargo tenía por costumbre
aburrir hasta la saciedad con su verborrea al más ducho en temas delirantes. En
aquella época incubaba la que después fue denominada por conocidos
especialistas como su idea más disparatada, quería superar a Steven Spielberg,
pero ni siquiera conjuraba una concepción cabal de quién era el director
estadounidense, es decir, sabía que provenía de una familia judía, que renegó
de su cuna religiosa durante toda su adolescencia por avergonzarse de la barba
blanca y larga de su abuelo, así como de su abrigo negro de paño. También sabía
que Spielberg había sido boy scout, y que esto le había abierto a
su vez muchas puertas, aunque desde luego no era capaz de comprender de qué
forma saber utilizar todos los utensilios de una navaja multiusos había
colocado a Spielberg en lo más alto del estrellato. Para mí también, si
he de ser franca, esa relación escapa a mis cálculos.
El caso
es que su proyecto estaba bien afincado en el cerebelo de nuestro héroe. Por
momentos hacía bruñir a su hipotálamo y se pensaba a sí mismo enamorado de esa
idea descomunal. Fue mientras su padre le hablaba de la crisis del
existencialismo, ya nadie leía a Sartre, ese autentico caballero francés al que
todos los hippies de mayo del 68 arrojaron adoquines por viejo, incluso “carca”
se atrevieron a llamarlo ese ejército de patillas hediondas. De todo esto
se lamentaba su padre un domingo por la mañana con el Financial Times entre
las manos, mientras él pensaba que, muy posiblemente, la mierda más
grande filmada nunca es la que sale en Jurassic Park, y de ahí empezó a
concebirse el germen de la idea que después sería el motor de todas sus
aspiraciones, es decir, superar a Spielberg rodando una película en la que
saliera una mierda que, al menos fuera el doble de la de aquel
dinosaurio.
Con esa aspiración empezó a mover todos los hilos que estaban a su mano
para conseguir su propósito: en primer lugar, se le planteó, como es natural,
el problema económico, si el salario que recibía trabajando como mesero los
fines de semana apenas le alcanzaba para sobrevivir, cómo podría comprar una
cámara, una mesa de edición, focos, en fin, los actores que danzarían alrededor
de la mierda.
Una
noche, abrumado por todos estos asuntos de carácter práctico, salió a su porche
a mirar las estrellas y le pareció que ciertamente era muy fácil hacerse una
imagen completa del universo sólo a través del haz de luz de algunas estrellas,
de ahí empezó a pensar en heces, por el parecido entre las dos palabras y se
imaginó todo el universo lleno de materia orgánica en descomposición, y después
pensó que obviamente eso era el universo: energía que se agota, por lo que todo
estaba tan jodidamente relacionado que ¿por qué no? Grabaría esa película fuera
como fuera. Así que comenzó a buscar trabajo como no lo había hecho en la
vida, en realidad siempre había sido un tipo anodino, y soñador, es decir, un
vago de primera. El trabajo como mesero se lo consiguió su tía Silvana, que por
más que no parara de despotricar sobre la vagancia de su sobrino y de los
dolores de cabeza que sufría su hermana a causa de ello, también era, por
cierto, una auténtica holgazana cuyo único logro había sido contraer
matrimonio con Ray, el dueño de Ray and Brothers, una de las firmas
más importantes en el negocio de la venta de automóviles de segunda mano en
Austin, el cual, a su vez, y con el tiempo, se vio envuelto en un sórdido
asunto de pederastia que ahora no viene al caso.
Fue en
el mes de marzo cuando por fin nuestro héroe recibió contestación de dos
ofertas de empleo y, con más prisa que demora, se convirtió en pluriempleado,
como cajero en un supermercado por las mañanas y como paseador profesional de
los perros del vecindario por las tardes, más bien noches, todo esto sin
renunciar a su trabajo del fin de semana. Esta actividad frenética lo tenía
francamente agotado a tal punto que prácticamente había perdido las ganas de
llorar delante de su pecera.
Nuestro
héroe era un soñador, ya lo dijimos antes, y por eso cada cierto tiempo
albergaba este tipo de pensamientos disparatados, máxime cuando tienes
diecinueve años y te da por pensar que todo lo que te tenía que pasar te ha
pasado ya, y que, bueno, a la vida le quedaba poco más que ser una sucesión de
recuerdos de felicidad, en fin, la idea de grabar la película le disuadió de
todo aquello y el trabajo no le dejó tiempo para recaer.
Así se
sucedieron los días y, al cabo de unos cuantos meses, había conseguido reunir
el dinero suficiente como para comprar una cámara; al mismo tiempo se había
dedicado a investigar todo lo que pudo sobre el cine escatológico, y es así
como, obviando por completo su producción literaria y poética, conoce a Pasolini,
el que, a su entender, realizó el mejor retrato de la coprofagia en “Saló
o 120 días de Sodoma”, en esa escena crucial en la que una prostituta habla de
aventuras de retrete mientras unos invitan a otros a comer mierda. La suerte
del director, por el contrario, no dejaba de parecerle un mal presagio, pero
qué diantres, ¡él no había militado en la izquierda!, aunque, como el italiano,
pensaba que se podía decir mucho metafóricamente a raíz de un excremento.
La
cámara la compró en una tienda de segunda mano, un establecimiento pequeño que
se dedicaba a comprar barato y vender caro, como suele suceder en todos estos
sitios; sin embargo, pese a que su dueño era un usurero, los precios no dejaban
de ser ostensiblemente menores a los que se ofrecen en tiendas de primera
mano. En ese lugar desfilaron frente a sus ojos las Cámaras Profesionales
de Video Digitales SONY DV, DVCAM, Betacam, SVHS, HI 8, VHS, BETAMAX,
Video 8 y muchas más. Al final no sabemos cúal de ellas compró porque ni
siquiera él lo supo, tan aturdido estaba con la amalgama de nombres y sus
ansias de comenzar la película al instante eran tan grandes que, al cabo de dos
horas, y confundiendo los modelos y las explicaciones que le había dado el
pequeño Sonny, el dependiente de la tienda de segunda mano, se limitó a señalar
una, una cualquiera en ese universo de lentes y pulgadas. A todo ello también
contribuyó el hecho de que el pequeño Sonny estaba agotado de que la gente le
dijera que lo suyo era una especie de destino universal, ya se sabe, el hecho
de llamarse Sonny, y vender cámaras Sony... Era una observación que todos
pensaban ingeniosa, y así se la hacían llegar al dependiente al menos tres de
cada cuatro clientes, por lo que aquella mañana y cuando nuestro héroe se lo
dijo, Sonny no pudo aguantar más, y el resto de la explicación
sobre las cámaras se la dio desmotivado y a regañadientes.
Con todo y con ello, a la salida de la tienda, nuestro protagonista ya
tenía medio sueño hecho realidad, y, un mes después, había conseguido que los
estudios cinematográficos que tenía habilitados la universidad local, accedieran
a dejarle grabar su película en ellos; todo esto lo había logrado a base de
colarse en fiestas de hermandades y de ganar un par de concursos de beber
cerveza. Las dos batallas las ganó por KO, y así es como empezó a franquearse
una fama, merecida por cierto, pues el esmirriado cuerpo de nuestro
protagonista, al que se le notaban las costillas tanto como a un galgo, hacía
que, a la postre, su entereza bebiendo cerveza fuera todavía más alabada.
Pero pese a que todo estaba saliendo según lo previsto, pese a que cada vez
estaba más cerca de grabar la película que lo llevaría al estrellato, las
pesadillas que atenazaban el corazón de nuestro protagonista no habían
desaparecido, sobre todo una que tenía de forma recurrente lo estaba haciendo
despertar exaltado prácticamente todas las noches. En el sueño aparecía en
un lago helado, el fondo era similar al de “Doctor en Alaska”, serie que veía
con asiduidad, y bien, en su sueño estaba descalzo sobre el lago de agua
congelada y las venas de sus piernas y sus brazos aparecían inflamadas, de un
azul azabache, a punto de estallar mientras un dolor agudo se instalaba
en su cabeza. Entonces, pensaba en calcetines, en patucos, en zapatillas, pero
claro, ninguna de estas cosas tenía a mano. Debajo del lago, como filtrándose por una pequeña grieta, podía ver
las orejas de Mickey Mouse, un Mickey Mouse presumiblemente congelado pero que
tampoco alcanzaba a ver en su totalidad, únicamente podía ver las orejas,
intentaba tocarlas con los dedos, pero la grieta era tan estrecha, y sus dedos,
por el contrario, cada vez más anchos y más morados a causa de la congelación.
En
la segunda parte de su sueño seguía habiendo objetos congelados, esta vez
estaba en la cocina de su casa con una bolsa enorme que contenía pollos
congelados; calculaba el espacio que tenía en el congelador y miraba la bolsa,
y estudiaba las posibilidades reales de que cupieran todos esos pollos.
Ninguna, pensaba, no existía ninguna posibilidad, pues la bolsa con pollos
doblaba su propio tamaño; sin embargo, empezaba una suerte de juego de Tetris intentando
hacer hueco a los pollos. Por su puesto que todos sus esfuerzos eran inútiles,
sus manos se congelaban más y más, y al final, después de llevar horas y horas
colocándolos con precisión, siempre se daba cuenta de que tenía
que volver a empezar porque de esa forma nunca cabrían en su congelador; era la
historia de Sísifo empujando su enorme piedra por la ladera empinada una y
otra vez, maldiciendo su suerte eterna.
Estos
sueños lo dejaban abatido y perturbado durante buena parte de la mañana, con
frecuencia se levantaba intentando desentumecer sus manos que tanto habían
padecido en sueños, pero, por suerte, a lo largo de la mañana, conseguía
rehacerse y recuperaba sus fuerzas para el rodaje de la película que empezó una
semana de primavera. La calle olía a jazmines y la luz se filtraba
inconmensurable entre las hojas de los árboles, los balcones floreados, las
farolas de las grandes avenidas; podría decirse que ese era uno de los días más
felices de su vida, o al menos así lo sentía él, que caminaba con pasos seguros
hacía su destino. En el trayecto, hacía los estudios universitarios, incluso se
reservó el lujo de mirar a la gente a la cara y de saludar tanto a conocidos
como a desconocidos con un gesto de altivez que hizo pensar a más de uno que
ese muchacho enjuto y enclenque había echado esa noche el polvo de su vida, sin
embargo, nada más lejos, la chica de nuestro escuincle protagonista debía medir
más de cinco metros y tener a todas luces la apariencia de una gran montaña de
heces.
Ya había
ultimado todos los detalles sobre el rodaje, sabía cuáles serían los planos
utilizados, había seleccionado a cada uno de los actores entre el grupo de
teatro universitario, le faltaban un par de detalles del decorado nada más y,
en cuanto a su prioridad, siguiendo otra vez a su maestro Pasolini había
decidido revestir la que haría de mierda con crema de cacao y mermelada
de fresa, tal como hiciera el escritor, poeta y director en Saló.
Comienza la película, sobre un fondo en negro aparecen los títulos, el
sello de la directora universitaria, el nombre y apellido de nuestro
protagonista precedido de “Directed by”. El fondo en negro va
desapareciendo como absorbido por una bruma que luego dará paso a una imagen en
la que aparecen siete jóvenes tomando el sol a orillas de un lago; la escena
fue rodada en el lago Austin, uno de los muchos lagos que tiene la ciudad y que
es especialmente concurrido, sobre todo en el verano cálido y húmedo que
presenta la cuarta ciudad más grande de Texas.
Los jóvenes juegan a las cartas, con una mano extienden cartas al centro
del círculo y con la otra ocultan aquellas que no quieren mostrar a sus
compañeros de juego, la velada transcurre plácidamente, pero en cierto momento
uno de los participantes, un muchacho con el pelo grasiento y grandes orejas
empieza a mirar de manera aviesa a una de las chicas que tiene enfrente. La
joven que a su vez no parece darse cuenta de nada de lo anterior, puesta su atención por entero en el juego, pero al cabo de un tiempo, es alertada por una de sus
amigas de las miradas que le prodigan casi desde el mismo momento en que se dio
inicio al juego. Al saber esto, lejos de sentirse ofendida, se acerca al
joven y le enseña un trozo de muslo blanco y resplandeciente. pues la luz del
sol primaveral incidía directamente en él. Acto seguido el chico palmea su
trasero y los dos, entre risitas estridentes, se separan del grupo, en ese
momento suena: I fougth the law de The Clash y los dos se pierden entre el
follaje dando saltitos.
En la
siguiente escena ya están ellos dos solos frente a la adversidad del bosque,
pasean cogidos de la cintura, entonces él le dice al oído que le encanta la blandura de
su cuerpo, y como respuesta, ella se sonroja, y dice: “calla, eres malo”, pero
esta frase se ve interrumpida por un grito ahogado y cavernoso que proviene
desde el mismísimo tórax del joven que caminaba a su lado, el cual, ante su
sorpresa, acaba de encontrarse con la mierda más grande jamás rodada
en ningún estudio cinematográfico, ahí estaba por fin materializados los
desvelos y aspiraciones de nuestro héroe, una mierda de proporciones
descomunales. En la siguiente toma, la joven interpela a su acompañante con
preguntas del tipo: “¿Qué es eso?”, a lo que el joven responde: “es lo que
parece, una gran montaña de mierda”, y la conversación continúa: “¿Pero quién o
qué ha podido crear algo tan descomunal?”, y el joven contesta: “Pues, no lo
sé, Marggie, y eso es lo que más me aterra”.
Al
instante se suceden una serie de planos confusos a gran velocidad: un
precipicio, un tablero de ajedrez, una playa desierta, un mago que hace
el gesto de sacar algo de su chistera pero no saca nada, un helado de fresa,
una sandía, un paisaje invernal, un niño sin camiseta llorando a la puerta de
un cine, un anciano que apunta a alguien con la mano y unas ovejas conducidas
al interior de una iglesia por un enano (la referencia a Buñuel no pasa
desapercibida para nadie). Después, los dos jóvenes vuelven al círculo con sus
amigos e intentan, por todos los medios, mantener la normalidad, actuar como si
no hubiera pasado nada, pero para qué decir que esto era a tal punto imposible
que, cuando todos felicitan a la joven Marggie por haber ganado la partida,
ésta estalla en sollozos desconsolados.
Al final de la película, la
sociedad occidental se desploma como un castillo de naipes, todos dejan sus
trabajos, utilizan el trueque, viven en el bosque, crían animales y aran la
tierra, andan en harapos y pierden todo el contacto con la telefonía móvil. El
significado final de la película vendría a decir algo así como que da igual que
existan miles de situaciones incomprensibles e injustas, como tres tercios de
mundo subdesarrollado sobre uno de desarrollado, los conflictos en los Grandes
Lagos, Sierra Leona, tráfico de armas encubierto en forma de ONGs, el SIDA, las
crisis económicas, etc., a veces hace falta una mierda del tamaño del Central
Park para que nos demos cuenta de que algo no encaja, algo ciertamente va mal, y
nos obliga a plantearnos todo el entramado de relaciones que constituye nuestras
vidas.
El
primer premio que ganó la película era el de jóvenes revelaciones de la
Universidad de Austin, y varios premios más a escala local. Tras esto, se
proyectó en ciclos de cine independiente organizados por varias asociaciones de
la ciudad, desde la casa por la igualdad de género, hasta protectoras de
animales. Inexplicablemente había calado en un amplio espectro de la sociedad
el mensaje último del film. Nuestro protagonista fue entrevistado en
varios periódicos locales y en revistas culturales, y a todos contestaba que no
pensó mucho lo difícil que resultaría llevar a cabo su proyecto, simplemente
era su sueño y éste se impuso de forma autómata a su voluntad sin que él,
simple títere pudiera mediar palabra.
Al cabo
de unos meses, empezó a ser nominada para los mismos premios que
habían llamado a la puerta de Steven Spielberg: los BAFTA, los Globos de Oro y,
finalmente los Oscar, donde no ganó, ofendiendo con ello a los críticos más
relevantes en materia cinematográfica. Nuestro protagonista estuvo en Berlín,
estuvo en Cannes, estuvo en Bilbao y en Hollywood, donde daba grandes paseos
mirando con pasmo las casas de las celebridades, mientras andaba como
hipnotizado con la manos a la altura del vientre, a lo canguro, con la mirada
extraviada y la respiración entrecortada, pues todo aquello excedía en mucho
sus más elevados sueños de grandeza. Sin embargo, se consolaba pensando que
seguramente Napoleón por más libros de caballería que hubiera leído, así
como el mismísimo Alejandro Magno, ninguno de ellos podía sospechar si quiera
cuanto albergaría su éxito y su posterior fama. El caso es que, como él mismo
pudo constatar para su sorpresa, ningún cambio había operado en su persona,
aunque todo a su alrededor había cambiado; ahora podía comer con el mejor vino
francés en cuantos restaurantes exclusivos quisiera, y, sin embargo, todo esto
no iba con él, se sentía extraño sentándose en un lugar así, comprando una
televisión de alta definición o vistiendo a su perro con seda importada.
Por otra
parte, las pesadillas se habían incrementado últimamente, fruto de su agitación
cotidiana, imagino, la última que tuvo en el mes de septiembre lo transportaba
al interior de una fosa común; él sabía que era una fosa común, porque
evidentemente eso era una fosa, escavada en el suelo a las afueras de un ghetto
de Varsovia, la humedad allí dentro era, o así lo sentía él, superior al 70%, y
un hedor nauseabundo hacía retorcer cada músculo de su estómago, pero allí
dentro no había ningún cadáver, sólo miles, cientos de miles de smokings, unos
encima de otros, con sus respectivos mocasines y calcetines, así como sombreros
de copa y pajaritas, la noche caía sobre la fosa común, perdiéndose en
las montañas que se oteaban desde el interior, allí a lo lejos, los postes de
la luz y las nubes grises. Se escuchaba una alarma en la lejanía y un ejército
de niños famélicos se asomaba desde un extremo de la fosa, él les pedía ayuda a
gritos, aunque en su foro interno sabía que podía salir de ahí cuando quisiera,
que sólo tenía que intentarlo, sin embargo prefería someterse al auxilio de los
niños que ahora estaban sentados a la orilla de la fosa intercambiando
impresiones sobre clubs de fútbol y videojuegos, desoyendo por completo las
súplicas de nuestro protagonista que, cansado como se encontraba, había
decidido ponerse a dormir, habitándose para ello un refugio entre los
smokings.