Era la una de la
mañana, mi amiga acababa de patear un carro que intentaba meterse por una calle
peatonal en Bolognesi. Varios de entre los que estaban en el grupo siguieron
a su sombra y patearon también. El
conductor, acostumbrado a subvertir el orden, como está acostumbrado todo el
mundo en Lima a hacer lo indebido, no entendía por qué caía esa batería de patadas sobre la chapa
negra de su carro. Estaba lloviendo, aunque ciertamente suena muy ridículo decir
que llueve en Lima, pero todavía es más ridículo decir garuando, o decir
chispeando. Justo al frente se asomaba
la cara de un poeta conocido descubriéndose entre las puertas de un bar y uno
de los del grupo se entusiasmó con la idea de que el poeta estuviera ahí,
porque es un cubano gay, que en su momento luchó contra la dictadura de Batista
con varias intervenciones urbanas, y
ahora en Perú, se le había ocurrido nada más y nada menos que rescatar la
bandera comunista y llenarla de plumas y
serpentina. Para muchos eso era como ponerle tacos y colorete a Abimael Guzmán
y dejarlo a la puerta de un Night club. Para muchos otros en Perú es imposible
disociar la hoz y el martillo de lo que pasó en los ochentas y parte de los
noventas. La cara del poeta cubano diluyéndose a lejos representaba una seria
amenaza, porque uno del grupo con el que
voy, hacía tiempo quería decirle algo así
como que “¿por qué venía a Perú a herir la sensibilidad de la gente que había
sufrido la violencia?”, y sabiendo como sé
que este último es guapo, joven e imprudente, y ante todo estaba borracho y drogado, y que
el cubano, aparte de tener amigos mafiosos, no tiene ningún problema en decir lo que se le pasa por la cabeza, y que, por lo tanto, era muy factible que le contestara
al chibolo algo si como:“ que guapo eres” o “me la chupas” o las dos cosas a la
vez, entendí que pronto de patear un carro todo el grupo pasaría a patear piel
y huesos humanos, y esa idea fue tan real que pude verla materializándose ahí
mismo sobre la pista humedecida, ahí mismo sobre la noche de Barranco. Y yo solo quería irme a dormir. Irme a dormir,
y quizá mañana a pescar un gran pez, un
pez rojizo, un pez de la costa limeña, uno que capture en el muelle de Chorrillos.
Un pez biótico, de tres cabezas, de seis pares de ojos y de branquias entumecidas como pasas.
También me
gustaría subir una montaña, ¡qué lindo sería escalar una montaña! Sentir el aire húmedo, resbalar de vez en
cuando por el musgo de la roca, recuperar el equilibrio y seguir subiendo. De vez en cuando las piernas se cansan pero la simple seguridad de que nada
te rodea, de que no hay nada que limite tu cuerpo, de que solo hay más montañas
a tu alrededor, y el cielo, y después nada, todo eso es suficiente para
continuar avanzando, pese al cansancio. Ya llevamos dos horas subiendo, el cielo está escarpado, sé
que pronto comenzará a atardecer, puede que sea medio inseguro bajar una
montaña de noche, pero como decía Kerouac nadie se puede caer bajando una
montaña. Has traído tu nueva navaja multiusos, y estas emocionado mirando todos
sus utensilios y pensando que dentro de
poco bañará la luna la superficie de la hoja metálica. Si, es un navaja preciosa,
te digo, y entonces te agachas para reafirmar la utilidad de tu navaja, la
hundes lentamente en la tierra y sacas
una piedra que los dos sabemos, servía como techo de una madriguera, a saber de
qué insecto u animal. Creo que la he cagado un poco levantando esa piedra. Sí,
creo que sí. Nos reímos. Bueno, lo que sea que vivía ahí tendrá que dormir a la
intemperie como nosotros.
¿Nunca has especulado con la idea, sobre todo
cuando vuelves cansado del trabajo y sabes que mañana te espera un poco de lo
mismo, nunca has especulado con la idea de pasarte todos los paraderos, de dejar que el bus avance hasta el final? Como si no importara nada que el
paradero más cercano a tu casa se fuera quedando chiquito mientras el bus continúa su camino. Y una vez que llegues a
último paraderos entones ¿qué? Entonces la noche, entonces la calle. Dormir en
la calle , ¿quién nos ha impuesto tanta seguridad? Es como estar aquí en medio de los árboles y las rocas,
donde no hay reglas, y dormir aquí o allá es posible porque a nadie le importa
lo que hagas.
Ya se siente mucho más intenso el frio, planeas
encender una fogata, has encontrado alguna
hierba seca, trozos de matorral, pero de repente una especie de iluminación te
anuncia que quizás debamos esperar, por lo visto ahí arriba hay un lago, donde se pueden pescar
truchas tan frescas como el aliento de Dios. ¡Mierda me encantaría ver esas
truchas! Sería bonito pasar la noche ahí. Tengo ganas de abrazarte y no me
cuesta nada hacerlo rodeada de todo este paisaje. Quiero a todas las cosas
tanto como a ti, a esa madriguera que destruiste, a ese trozo de matorral con
el que pretendías hacer la hoguera, a esa piedra recubierta de musgo y al cielo que dibuja tonos rojizos sobre
el horizonte.
La noche
ha comenzado a cerrarse, y por primera vez
tengo algo de miedo, porque cuesta mucho
encontrar en medio de esta oscuridad, qué piedra o matorral puede ser un buen
asidero para seguir trepando. No quisiera dar un paso en falso, la inclinación
es bastante grande, y ya no consigo verte bien, dijiste que ibas a reconocer el
camino, que ibas a adelantarte para estudiar si este era el sitio apropiado por
el que avanzar, pero pronto contestas que sí, y oigo tu voz en medio de la
noche dando el visto bueno, y diciendo
que debía faltar poco para llegar, que seguirías adelantándote para decirme
cuánto falta en términos reales. No entiendo muy bien por qué haces eso, si en ningún
momento me he quejado, ni he sugerido que fuera incapaz de seguir subiendo. No puedo ver nada, simplemente me siento
como si estuviera trepando sobre la muerte. Los amigos del cubano han
sacado sus navajas todas a un tiempo,
recuerdo que querías ver la luna reflejándose sobre la hoja, pero la sangre
opaca todo, lo siento . Tengo mucho sueño, y no te veo, y tampoco te oígo,
la gente grita despavorida, mientras en
el suelo se mezcla la chela con la sangre, aunque no surge de esta mezcla ningún
producto homogéneo. De igual manera, ese tono rojizo me recuerda un poco al atardecer
que vimos hace unos minutos, mientras subíamos la montaña, mientras me sentía
tan cerca de todo, ¡qué curioso! Ahora la sensación es la contraria, ahora
siento que me alejo. Sabía que los amigos de cubano no eran unos principiantes.
El poeta cubano y sus amigos mafiosos. Y mis amigos drogados, y todo eso ya da
igual porque hemos llegado a la laguna, y he cazado ese pez rojo y caliente
que es tu mano agarrando la mía, mientras me alejo.