Mantenerse
de pie a la sombra
Del estigma
en el aire
Mantenerse
de pie
Para nadie
ni para nada
Irreconocible
Para ti
solo
Con todo
cuanto tiene espacio ahí dentro
Incluso sin
lenguaje
Sacó el poema que había copiado
de una rareza propia de coleccionista, la cual encontró de absoluta casualidad en la sección de filosofía de la Liberia donde
trabajaba. El libro llevaba por nombre: “Quien
soy yo quien eres tú?: Comentario al
poemario Cristal de Aliento de
Paul Celan. Estuvo leyendo cada uno de los pequeños poemas, todos perfectos,
todos breves, todos concisos y a la vez etéreos. Pequeñas obras de artesano
oriental minuciosamente trabajadas en un taller
de un pueblo olvidado de Japón, donde apenas pasa nadie, por cuyas calles
no se ha visto nunca circular un coche y en cuyas casas no se prende nunca un
televisor. Y ahí en ese pequeño taller, un anciano de larga barba blanca enluce a diario esas pequeñas joyas, que después guarda en
cajitas de cristal herméticamente cerradas para que nada las contamine. El
filosofo alemán Hans George Gadamer debió sentir la misma pasión por los poemas
de Celan pues escrupulosamente los contempla, y poco a poco va tirando de sus
hilos, componiendo un un tapiz metafísico de las enseñanzas del escritor rumano..
Nuestro protagonista, después de
rechazar la idea de comprar el libro, cuesta cincuenta y dos soles, y cuenta
con cuarenta para vivir tres días, después de rechazar la idea también de robar
el libro (todavía no está preparado para dar ese paso, lleva como quince años
sin robar nada, y entonces ,a los quince años, robaba bollería en un centro
comercial que quedaba al lado de su instituto, es decir, robaba cosas menores, por ello cree que, de
volver al arte de apropiarse de lo ajeno, habría de ser de forma gradual)
después de rechazar ambas ideas, arranca una hoja de un cuaderno que tiene
justo al lado de la computadora, donde a diario buscará entre cien y doscientos
libros, y empieza a escribir: Mantenerse en pie…
La escritura es rápida, comete
varios errores, que se traducen en varios tachones, pero finalmente sólo ha de verlo él, así que
poco importa la limpieza del escrito. Las tres próximas horas serán, como siempre
son, de rutinario trabajo, moverá libros de un sitio para otro, hará espacio en
estanterías atestadas, seguramente un libro caerá de alguna parte como
paracaidista en misión especial, con el acierto preciso para aterrizar en sus
gafas, lanzará al aire una expresión de
queja, se quitará las gafas, las mirará, están torcidas, si o no, igual no
puede hacer nada por ponerlas rectas, y después de ir a varias ópticas de Lima
con ese propósito, está empezando a asimilar que nadie puede hacer nada por ponerlas rectas.
Después llegará la hora del
almuerzo, de dos a tres, y ahí sacará el
poema que durante esas horas sabía guardado a buen recaudo en su bolsillo.
Mantenerse de pie a la sombra del estigma en el aire/ Mantenerse de pie/ para
nadie ni para nada/irreconocible/para ti solo/ para todo cuanto tiene espacio
ahí dentro incluso sin lenguaje.
Con esa relectura se sentirá
feliz, y se sentirá triste también. Feliz porque siempre es asombroso que haya
personas, en muchas ocasiones, totalmente contrarias a uno, totalmente alejadas
del campo de acción de uno, personas que nunca conocerás y que nunca te conocerán,
al menos personalmente y que, sin
embargo, tienen esa capacidad de abrir
un huequito en nosotros, de mirar dentro y ver qué es lo que diantres tenemos
ahí. Nuestro protagonista, como decía Celan, tiene su vacio, totalmente lleno,
así como lo tienen muchas personas aún sin saberlo. Solo las personas
conscientes de la plenitud de su vacio conseguirán ser felices , al menos como
primer paso, el segundo paso, tan importante como el primero es dedicarte por
entero a la plenitud del vacio. Nuestro protagonista, como decimos, tiene algo
que lo llena, un vacio que cubre cada ápice
de su interior. Por eso, cuando entre cucharada y cucharada de sopa, lee el
poema a una de sus compañeras de trabajo, y los versos van y vienen por esa
pequeña cocina de paredes blancas y mesa blanca, y cuando, al termino del mismo
la compañera se ríe y dice: “Asuuu tú sí que estás enamorado” Nuestro
protagonista sonríe, y baja la cabeza ligeramente ruborizado, mientras dice: “No
se trata de eso”, y no da más explicaciones porque qué sentido tendría darlas.
El poema le hace feliz pero como
también dijimos lo pone, a la vez, bastante triste. Se siente un traidor, un
embustero, un pusilánime, alguien carente por completo del arrojo necesario
para vaciarse de todo y dedicarse a lo único que tiene sentido. ¿De verdad
comer es tan importante? ¿De qué sirve mantenerte con vida si la vida que
tienes no es la que quieres? ¿De qué sirve poder pagar un alquiler sí tu casa
sólo es un sitio donde llegar agotado del trabajo, y no pasar frio mientras
duermes que, a la postre, es lo único que haces ahí? ¿ De qué sirve vivir si
trabajas diez horas al día, si ves todos esos libros que son tu gran amor y no
los puedes leer? Y no puede si quiera intentar escribirlos. ¿De qué le sirve a nuestro protagonista vivir
si no se puede dedicar así mismo, si no se puede vivir la literatura?
Como diría Bakunin, algo anda mal en un mundo en el que
la gente no se puede dedicar a sí misma. Quizá haya que destruirlo todo para
construir algo nuevo, algo que tenga sentido. Quizá esa apuesta tenga que ser
individual, fracasados los grandes proyectos comunitarios con la caída del muro
de Berlín. Quizá deba ser el esfuerzo de cada uno por sí mismo el que marque la
diferencia. Quizá nuestro protagonista deje hoy el trabajo.