sábado, 25 de febrero de 2017

Presencia extraña



Le dijeron que eso había sucedido en medio de un febrero caluroso. Era uno de esos horribles fines de semana en los que por la cabeza solo pasa el mismo pensamiento circular: “estaría follando todo el fin de semana si tuviera con quien”. En ese momento abría la nevera para, al cabo de unos minutos mirar con tristeza el brócoli cocido que se había echado a perder. En la computadora se reproducía un anuncio de Youtube tras otro, jamás  había escuchado una lista de reproducción con tantos comerciales; prácticamente uno por canción. Era la suma de todos estos elementos más el  calor de febrero en Lima lo que agriaba de manera imparable su carácter. De todo ello se dio cuenta la señora Francisca que tuvo la mala suerte de llamarla esa mañana. 
-Señorita hemos tenido comunicación de que…. Nos han hablado de que usted…  
Rezongaba su trémula voz. ¡Lo  que me faltaba! Pensó, ¡que vengan a interrumpir mi mañana de mierda con dequeísmos! Cerró la nevera, y  tiró el brócoli a la basura mientras sostenía el teléfono entre el hombro y el cachete.
-Señora Francisca le ruego que vaya directa al asunto, tengo muchas cosas que hacer hoy.
Cualquiera de esas cosas, que efectivamente tenía que hacer, hubiera quedado suspendida de haber podido pasar el fin de semana follando.
-Es que bueno como sabes está este asunto  con el portero…el portero… el por…tero dice que no se fía de usted.
Tuvo que hacer un esfuerzo extra  por ordenar todas esas palabras que obviamente no tenían sentido.
-¿Cómo que no se fía de mí el portero?, atinó a decir pasado al menos un minuto de silencio. ¿Por qué debería desconfiar de mí? Comenzó a repasar mentalmente los rasgos del portero; pequeño, macizo, una de esas grandes cajas torácicas sobre piernas pequeñas y robustas. Pelo crespo, color oscuro, labios grandes, ojos la mayor parte de las veces enrojecidos. Continuó con el repaso mental de las situaciones en que podría haber hecho desconfiar al portero. Ese intento memorístico le pareció tan absurdo que se empezó a sonrojar.
Sí, señorita, no se fía de usted, quiere que se vaya del departamento. Yo le he dicho que no pues, cómo la va a echar a usted, tan estudiosa, aplicadita, siempre paga puntual… pero el nada, no atiende a razones señorita.
Ahora sí su cabeza era un caos; implosionaban planetas, se derretían constelaciones y las neuronas se rascaban las pulgas de manera frenética. A ver, Señora Francisca, usted me está diciendo que el portero no se fía de mí, ¿no es cierto?, y que por ese motivo el portero le ha dicho a usted que es la dueña, que yo tengo que abandonar el departamento que arriendo, ¿es así? ¿Tiene eso algún sentido señora Francisca?
Señorita disculpe pero el portero no es solo un empleado, es un amigo de toda la vida, prácticamente un hermano, y él me asegura que tiene usted una presencia extraña, como una sombra que le pesa, y no es buena, y según él va a hacer algo pronto.  Por eso quiere que se vaya cuanto antes. 
Mientras la vieja le decía todo esto, había ido hacía el baño para mirarse en el espejo buscando atisbos de su pesada sombra.  El espejo le devolvía su ridícula imagen en pijama.
-¡¡¡Pero eso no tiene el más mínimo sentido!!! Gritó. ¿Y cuando quiere el portero que me vaya?
-Sí, sí comprendo… él quiere, mañana mismo la verdad. Mañana pasaré a devolverle la fianza. Lamento mucho las molestias señorita.
Siguió mirándose al espejo, de costado, de frente. Se acercó a solo unos centímetros del mismo a ver si era capaz de encontrar ese poso negativo en su mirada. Tenía que reconocer que en los últimos tiempos no había albergado pensamientos excesivamente positivos, pero de cualquier forma había pasado por épocas muchísimo más pesimistas que la que acontecía. Todo estaba igual que siempre, sus pelo lacio  y negro, su nariz respingona, su labios pequeños, sus ojos cansados. Al cabo de unos minutos esta búsqueda había dado paso a un intenso sentimiento de rabia. Me han echado de mi casa, se dijo, de un día para otro, se volvió a decir, alegando la presencia, ¡para concha!, de una estúpida sombra que ni siquiera consigo ver.
Tengo que hablar con el portero, se dijo, pero al bajar no lo encontró, de hecho no lo encontraba nunca. Ahora que se ponía a pensar, en el último mes no se había cruzado con él ni una sola vez, cosa por lo demás extrañísima, porque solía estar a diario detrás del escritorio de recepción. Volvió a mirarse en el espejo, pero esta vez en el espejo de living que hay detrás del escritorio del portero. Bajo la intensa luz que bañaba la recepción del edificio tampoco consiguió ver la estúpida sombra. Será verdad eso de que al final somos lo que los demás dicen que somos: ¿A cuento de qué me ausculto convencida de que ha de aparecer una sombra, una presencia maligna que me pesa  y que va  a hacer algo pronto?
El ruido del ascensor descendiendo la sacó de todas estas reflexiones. Eran los del quinto, esa parejade obesos que siempre se besan en público, ¡qué asqueroso!. Uno se imaginaba la flacidez de sus cuerpos en medio del acto. Repugnante, simplemente repugnante. Y hasta ellos follan, claro, los gordos la tienen más fácil se dijo, al contrario de sus estómagos, no son de grandes expectativas. Encontrar a otro gordo y gordo más gordo, gordo al cuadrado.
Los embistió nada más salir del ascensor. Por supuesto el abrir de puertas los encontró besándose.
-Hola chicos, ¿qué tal?
- Ah, hola hola, dijo él, con los labios  mojados por el beso,  y posiblemente también la polla empalmada, aunque ella nunca manejó ese dato porque se resistió a mirar el salchichón del obeso.
-¿Han visto a Lucas el de recepción?
-¿No lo viste temprano en la mañana cariño? Dice la obesa restregándole a la protagonista que ella está enamorada y folla.
- Ahh sí sí, me ayudó a mover  el carro, sí. ¿Qué raro? Debería estar por aquí.
- Pero llámalo a su número, dice la obsesa. ¿Lo tienes? Buena gente al final la obesa, que sacó su celular del bolso y estuvo cosa de varios minutos mirando en su agenda porque no recordaba con qué nombre había guardado  el número.
¿Qué le diría al portero cuando contestara el teléfono? Se armó de valor y marcó. Seguía frente al espejo de la recepción, una mano en jarra sobre la cadera, la otra sosteniendo el aparato. Señor Lucas, con tono agrio, tengo que hablar seriamente con usted. Le daba vergüenza todo aquello, era simplemente una estupidez.
-Señorita, disculpe, yo no tengo nada que hablar con usted. Cuando se vaya podré salir. Espero que sea cuanto antes. Y llévese por favor esa cosa con usted, no me la deje aquí.
Por la calle pasaba el panadero con su carrito dirigido por una bici. La bocina, que anunciaba la cercanía de pan caliente y la mañana veraniega filtrándose en todos los rincones de esa  sala, creaban la sensación de que las cosas  podían mejorar en cualquier momento.
Este tipo de reflexiones le hizo relajar el tono de la voz:
-¿A qué se refiere con que me lleve a esa cosa?, ¿qué cosa?
-Debe saberlo perfectamente señorita, no se haga la cojuda. Y colgó.
Es decir, que estaba escondido,  reflexionó. Estaba escondido seguramente en algún lugar dónde, además, podía verla. Se le ocurrió que fácil era detrás del espejo. Le dio unos cuantos golpecitos con el puño a este a ver si por casualidad estaba hueco. Recordó  a su padre haciendo esto mismo para medir el grado de madurez de una sandía.
Nada, parecía un espejo completamente normal. Sin embargo una cosa era innegable y es que la temida  sombra negra existía, la tenía encima; parecía una capa de crudo adherida a su cráneo. El desconcierto dio paso a la asimilación. Sólo restaba esperar a que se cumpliera la segunda parte de la profecía anunciada por el portero.  

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...