Le dijeron que eso había sucedido
en medio de un febrero caluroso. Era uno de esos horribles fines de semana en
los que por la cabeza solo pasa el mismo pensamiento circular: “estaría follando
todo el fin de semana si tuviera con quien”. En ese momento abría la nevera
para, al cabo de unos minutos mirar con tristeza el brócoli cocido que se había
echado a perder. En la computadora se reproducía un anuncio de Youtube tras
otro, jamás había escuchado una lista de
reproducción con tantos comerciales; prácticamente uno por canción. Era la suma
de todos estos elementos más el calor de
febrero en Lima lo que agriaba de manera imparable su carácter. De todo ello se
dio cuenta la señora Francisca que tuvo la mala suerte de llamarla esa mañana.
-Señorita hemos tenido
comunicación de que…. Nos han hablado de que usted…
Rezongaba su trémula voz. ¡Lo que me faltaba! Pensó, ¡que vengan a
interrumpir mi mañana de mierda con dequeísmos! Cerró la nevera, y tiró el brócoli a la basura mientras sostenía
el teléfono entre el hombro y el cachete.
-Señora Francisca le ruego que
vaya directa al asunto, tengo muchas cosas que hacer hoy.
Cualquiera de esas cosas, que
efectivamente tenía que hacer, hubiera quedado suspendida de haber podido pasar
el fin de semana follando.
-Es que bueno como sabes está
este asunto con el portero…el portero…
el por…tero dice que no se fía de usted.
Tuvo que hacer un esfuerzo
extra por ordenar todas esas palabras
que obviamente no tenían sentido.
-¿Cómo que no se fía de mí el
portero?, atinó a decir pasado al menos un minuto de silencio. ¿Por qué debería
desconfiar de mí? Comenzó a repasar mentalmente los rasgos del portero;
pequeño, macizo, una de esas grandes cajas torácicas sobre piernas pequeñas y
robustas. Pelo crespo, color oscuro, labios grandes, ojos la mayor parte de las
veces enrojecidos. Continuó con el repaso mental de las situaciones en que
podría haber hecho desconfiar al portero. Ese intento memorístico le pareció
tan absurdo que se empezó a sonrojar.
Sí, señorita, no se fía de usted,
quiere que se vaya del departamento. Yo le he dicho que no pues, cómo la va a
echar a usted, tan estudiosa, aplicadita, siempre paga puntual… pero el nada,
no atiende a razones señorita.
Ahora sí su cabeza era un caos; implosionaban
planetas, se derretían constelaciones y las neuronas se rascaban las pulgas de
manera frenética. A ver, Señora Francisca, usted me está diciendo que el
portero no se fía de mí, ¿no es cierto?, y que por ese motivo el portero le ha
dicho a usted que es la dueña, que yo tengo que abandonar el departamento que
arriendo, ¿es así? ¿Tiene eso algún sentido señora Francisca?
Señorita disculpe pero el portero
no es solo un empleado, es un amigo de toda la vida, prácticamente un hermano,
y él me asegura que tiene usted una presencia extraña, como una sombra que le
pesa, y no es buena, y según él va a hacer algo pronto. Por eso quiere que se vaya cuanto antes.
Mientras la vieja le decía todo
esto, había ido hacía el baño para mirarse en el espejo buscando atisbos de su
pesada sombra. El espejo le devolvía su ridícula
imagen en pijama.
-¡¡¡Pero eso no tiene el más
mínimo sentido!!! Gritó. ¿Y cuando quiere el portero que me vaya?
-Sí, sí comprendo… él quiere,
mañana mismo la verdad. Mañana pasaré a devolverle la fianza. Lamento mucho las
molestias señorita.
Siguió mirándose al espejo, de
costado, de frente. Se acercó a solo unos centímetros del mismo a ver si era
capaz de encontrar ese poso negativo en su mirada. Tenía que reconocer que en
los últimos tiempos no había albergado pensamientos excesivamente positivos,
pero de cualquier forma había pasado por épocas muchísimo más pesimistas que la
que acontecía. Todo estaba igual que siempre, sus pelo lacio y negro, su nariz respingona, su labios
pequeños, sus ojos cansados. Al cabo de unos minutos esta búsqueda había dado
paso a un intenso sentimiento de rabia. Me han echado de mi casa, se dijo, de
un día para otro, se volvió a decir, alegando la presencia, ¡para concha!, de
una estúpida sombra que ni siquiera consigo ver.
Tengo que hablar con el portero,
se dijo, pero al bajar no lo encontró, de hecho no lo encontraba nunca. Ahora
que se ponía a pensar, en el último mes no se había cruzado con él ni una sola
vez, cosa por lo demás extrañísima, porque solía estar a diario detrás del
escritorio de recepción. Volvió a mirarse en el espejo, pero esta vez en el
espejo de living que hay detrás del escritorio del portero. Bajo la intensa luz
que bañaba la recepción del edificio tampoco consiguió ver la estúpida sombra.
Será verdad eso de que al final somos lo que los demás dicen que somos: ¿A
cuento de qué me ausculto convencida de que ha de aparecer una sombra, una
presencia maligna que me pesa y que
va a hacer algo pronto?
El ruido del ascensor descendiendo
la sacó de todas estas reflexiones. Eran los del quinto, esa parejade obesos
que siempre se besan en público, ¡qué asqueroso!. Uno se imaginaba la flacidez de
sus cuerpos en medio del acto. Repugnante, simplemente repugnante. Y hasta
ellos follan, claro, los gordos la tienen más fácil se dijo, al contrario de
sus estómagos, no son de grandes expectativas. Encontrar a otro gordo y gordo
más gordo, gordo al cuadrado.
Los embistió nada más salir del
ascensor. Por supuesto el abrir de puertas los encontró besándose.
-Hola chicos, ¿qué tal?
- Ah, hola hola, dijo él, con los
labios mojados por el beso, y posiblemente también la polla empalmada, aunque ella nunca manejó ese dato porque se resistió a mirar el salchichón del
obeso.
-¿Han visto a Lucas el de
recepción?
-¿No lo viste temprano en la mañana
cariño? Dice la obesa restregándole a la protagonista que ella está enamorada y
folla.
- Ahh sí sí, me ayudó a
mover el carro, sí. ¿Qué raro? Debería estar
por aquí.
- Pero llámalo a su número, dice
la obsesa. ¿Lo tienes? Buena gente al final la obesa, que sacó su celular del
bolso y estuvo cosa de varios minutos mirando en su agenda porque no recordaba
con qué nombre había guardado el número.
¿Qué le diría al portero cuando contestara
el teléfono? Se armó de valor y marcó. Seguía frente al espejo de la recepción,
una mano en jarra sobre la cadera, la otra sosteniendo el aparato. Señor
Lucas, con tono agrio, tengo que hablar seriamente con usted. Le daba vergüenza
todo aquello, era simplemente una estupidez.
-Señorita, disculpe, yo no tengo
nada que hablar con usted. Cuando se vaya podré salir. Espero que sea cuanto
antes. Y llévese por favor esa cosa con usted, no me la deje aquí.
Por la calle pasaba el panadero
con su carrito dirigido por una bici. La bocina, que anunciaba la cercanía de
pan caliente y la mañana veraniega filtrándose en todos los rincones de esa sala, creaban la sensación de que las
cosas podían mejorar en cualquier
momento.
Este tipo de reflexiones le hizo
relajar el tono de la voz:
-¿A qué se refiere con que me
lleve a esa cosa?, ¿qué cosa?
-Debe saberlo perfectamente
señorita, no se haga la cojuda. Y colgó.
Es decir, que estaba escondido, reflexionó. Estaba escondido seguramente en
algún lugar dónde, además, podía verla. Se le ocurrió que fácil era detrás
del espejo. Le dio unos cuantos golpecitos con el puño a este a ver si
por casualidad estaba hueco. Recordó a
su padre haciendo esto mismo para medir el grado de madurez de una sandía.
Nada, parecía un espejo
completamente normal. Sin embargo una cosa era innegable y es que la temida sombra negra existía, la tenía encima; parecía una capa de crudo adherida a su cráneo. El desconcierto dio paso a la asimilación. Sólo restaba esperar a que se cumpliera la segunda parte de la profecía anunciada por el portero.