Los cuervos recogen a los hombres. El pequeño
Eddy sabe mucho de esto lleva años
entrenando a los cuervos y se puede decir que los cuervos también lo han
entrenado a él. Pero yo le dije que ese cuervo no le traería nada bueno. Un cuervo
albino. Un cuervo blanco, ¿a quién se le ocurre? Obviamente era un mal
presagio, pero el padre Cevallos dijo esa mañana cuando salíamos de la iglesia,
que eso de los presagios era una bobería y que si Eddy quería tener el cuervo
que lo tuviera pues a Dios no cree en supersticiones. Y Eddy con sus ojos grandes
y centelleantes se agarró del argumento del cura para no desprenderse del
pajarraco, y ya ves los problemas que nos ha traído Margarita.
Don Severino, usted tiene razón
pero no se le puede culpar de todo al pájaro. Igual ya está muerto, ¿no?
Deberían haberse acabado los problemas, pero no, Don Severino. Y en cuanto Eddy
no deja de llorar debajo de ese sauce.
Recuerdas el viento entre las
hojas arrastrando tus años, no tenías más de siete. Tu madre te había exigido
que dejases de vender rastrojos de hierbas a los clientes invisibles. Era ya la
segunda vez que te gritaba que la comida estaba lista, pero el viento debajo
del sauce te decía otra cosa, te decía quédate aquí y relájate. El sol se
filtraba entre las hojas que desplegaban escaleras hacía abajo. Si alguno de los duendes lograba
salvar la distancia entre el suelo de tierra y las hojas, podría trepar por
estas y llegar hasta la copa. Todo parecía posible. Todo estaba ahí fuera. La
señora Ramona que acaba de comprar cuatro panochas para sus cuatro hijos, te ha
pedido una rebaja y tú le has contestado: “no se vive de rebajas señora” Pero
por estos mismos lugares, debajo de este sol, debajo del sauce llorón se
encuentran los huesos de tus primos, ¿cuánto tiempo hace que no los ves? Desapareció
uno y después el otro, y nadie dijo
nada. Nadie se molestó si quiera en mencionar el asunto. Pero la señora Ramona
sí te ha preguntado por Mateo, y tú le has dicho que está cerca, porque efectivamente está
enterrado cerca, pero no has querido decirle la verdad.
Margarita, no hay mucho más que
podamos hacer. El pájaro está muerto, el
cura está muerto y el niño si sigue así no tardará mucho en morir. Lo único que podemos hacer es rezar. Yo
cuando era niño rezaba mucho y pensaba que había tantos dioses como personas
distintas hay en el mundo, así que le rezaba a la cara de todos los que podía
recordar que conocía. ¡Ya ve usted que tontería! Aunque ahora que lo analizo a
lo mejor no estaba equivocado y es eso todo
lo que tenemos; personas que se mueren como nosotros, a las que podemos
rezar.
No diga eso Don Severino por
favor. Marcelo se acercaba con el bastón en la mano. Sus piernas temblaban como
todo su cuerpo octogenario. De los labios salía un balbuceo y de los pulmones
un pitido sordo que marcaba cada nueva palabra. Don Seve… El chico... extendía lentamente las palabras el
anciano, El chico sabe algo más que el resto.
¿A qué se refiere con que sabe
algo más que el resto? Severino acababa de reparar en la oscuridad que empezaba
a adueñarse de la plaza pública del pueblo. Se acercaba el invierno, cada vez
oscurecía más temprano. Podían oírse varios grillos y faltaban minutos para que las farolas con
sus luces amarillas iluminarían los miles de mosquitos de las noches de
provincia.
Mire, mire bien al chico Don Seve…el anciano tenia por practica no
terminar ningún nombre- Usualmente empezaba a pronunciar un nombre para
interrumpirse a la mitad, sin llegar nunca a pronunciar las últimas silabas. El
niño seguía llorando debajo del sauce, con la mirada dirigida hacía la copa,
tumbado bocarriba con los brazos pegados al cuerpo. ¿Cuánto tiempo lleva así? ,¿no son acaso días? Ciertamente
no pa..parece Don Seve… que le importe
ni el agua, ni la comida.
Siempre supiste que ibas a sufrir
por otros, incluso en esas tardes en la que suplicabas a la tierra que
expulsase sus duendes. Pero ni la tierra
los escupía, ni los duendes les
comunicaban tus mensajes al cadáver de los primos. Mientras no desaparezcan mis
hermanos todo bien, te decías. Y agosto se iba con sus nubes blancas,
chorreadas como se chorrea la diarrea de los ángeles. Y el párroco
decía que estaba bien tener un cuervo blanco, como no tener ninguno también
estaba bien. Porque Dios no cree en supersticiones. Porque Dios tiene que cuidar el
mundo, y poco habría de afectarle que tengas un cuervo blanco y que lo llames Blanco.
Mientras a los otros cuervos no les afecte. Pero empezaron a morir. Primero
murió Ezequiel, y Lucas dos semanas después también murió con su mota amarilla en
el pico y todo. Y el abuelo Marce vino y te dijo que podía ser o bien muy tarde
para matar al cuervo o bien
demasiado pronto, pero el tiempo no era
propicio eso estaba claro. Lo que quiere
decir que fue una muerte totalmente innecesaria, y por eso lloras.
Margarita, ¿te acuerdas que dijo
el chico?, ¿dijo que el cuervo le había hablado? Don Severino se reclino
ligeramente sobre su cuerpo, tenía las manos en los bolsillos. Su robusto cuerpo de campesino había menguado mucho en los
últimos meses, aunque el suyo no era un caso aislado, todos los pobladores que
seguían con vida habían reducido considerablemente su tamaño. Severino esperaba
pacientemente la respuesta de Margarita, que entornaba los ojos en el
improductivo esfuerzo de remover el recuerdo.
La verdad no sé qué le dijo, o sí
le dijo algo. Ya no sé qué es verdad y qué no.
Se lo dije a Agustín, ya ni siquiera la joven se veía en la necesidad de
guardar las formas, podía llamar a su amante Agustín, sin el título de Don,
porque probablemente ambos estarían muertos en menos de una semana. Don Agustín
es el médico de la localidad, supervisa los pueblos de la comarca. Le dije a
Agustín que confundo los días, y ya no sé si tal cosa me pasó ayer o hace seis
meses, y tampoco si ocurrió de día o de noche.
En verdad ni si quiera sé si las cosas
ocurrieron o las soñé. Para mí que ese
pájaro hubiera sido útil ahora.
Don Severino se sintió atacado
con ese último comentario de Margarita porque había sido el que había matado el
cuervo con sus propias manos. Sin embargo, por más agredido que se sintiera, de
algún modo el también guardaba una sensación parecida; el cuervo era necesario,
y una especie de fuerza centrífuga empujaba sus cuerpos hacía donde estaba
enterrada el ave.
El niño que lloraba bajo el sauce vio las sombras de estas tres figuras proyectándose
sobre su piel junto con las sombras de las hojas del sauce. Desde
luego solo era de día para el niño, y no para los adultos que no podían siquiera sospecharse proyectando
su sombra en medio de esa oscuridad. De
repente se prendieron las farolas de la
calle. La luz amarilla y su ejército de mosquitos rondaban alrededor de los cuatro cuerpos.
Chico necesitamos desenterrar al
pájaro, dijo Don Matías sumando veinte años más a su voz de anciano.
Necesitamos desenterrar al pájaro.. Chico..
Margarita derraba lágrimas en
silencio, el chico en ningún momento había dejado de hacerlo, y Don Matías y
Don Severino fruncían el ceño, Don Severino además apretaba los puños. Al chico
le quedó claro que quisiera o no quisiera lo iban a levantar a la fuerza. La tumba
del pájaro bajo sus costillas murmuraba
como el agua entre los riscos del rio. Cuando el niño dejó de contar con la
protección del árbol la luz del sol ablandó sus pupilas.
El tórax del pájaro muerto estaba
lleno de gusanos y hormigas dándose el festín. Margarita pronunció en un
susurro “perdóname señor porque he pecado” y calló de bruces contra el suelo de pasto y
tierra apisonada.