Me detuve junto a la senda por la que se deslizaba la nieve
de la alta montaña
Ni siquiera había reparado en el lago a nuestros pies,
cuando vi hincharse los labios de mi amiga al contacto con
el agua helada.
Le pedía a la laguna en quechua un hijo para mí,
y besaba el agua que caía por sus nudillos,
que se atropellaba en
su muñeca,
y le bajaba hasta el codo.
Esta laguna es macho- me decía-
Esta te puede preñar, a esta hay que pedirle.
El sol de la Cordillera Blanca arañaba las mejillas sonrojadas
de los niños
que con su llama en brazos nos sonreían inquisitivamente.
Entonces me acordé de la bruja norteña que señaló una hoja
de coca diminuta,
Una simple hoja de entre tantas,
asegurando que era nuestra hija.
Una hoja hermosa, particularmente hermosa.