El corazón va demasiado rápido, no puede dormir. Las nubes se achican
en el cielo. El cielo se comprime hasta caber en una taza de té. Entiendo que la gente hace pruebas con la
muerte, se mira al espejo y dice así estoy bien, es una bonita calavera la mía. Se mira al espejo imaginando su
estructura ósea. Imagina cuál es el
lugar exacto de cada una de sus costillas, debajo de ellas el corazón, demasiado agitado esta
noche. Las arritmias hacen a todas las cosas pequeñas menos al cadáver que
eres. El resto; el amor, el cielo, la tierra, el gato, la diversión y la
tristeza todo cabe en el puño apretado que esconde bajo la almohada. La
sensación general cuando sufres una arritmia es la de que algo funciona mal ahí dentro, pero no es que sea
tan identificable y señalable el corazón, más bien parece que en esa danza
errada hubiera descolocado al resto de los órganos, hubiera trazado un camino mal delineado para ellos, que ahora
se miran con asombro y repulsión. Cuando esto sucede es imposible dormir. A
veces es posible leer pero solo si la
lectura es tan tediosa que puede arrastrar a todos los órganos internos lejos
de la circunscripción del corazón, lejos
del reino que él domina. Esta es la historia de
un padre que llamó a su hija
Ansiedad, aunque en el futuro todos
habrían de llamarla Ansi. Ansiedad García vivió ochenta y siete años. El padre
de Ansiedad García, Raimundo Tomás García vivió hasta los ochenta y tres
encomendado a los santos de su terruño natal: Alprazolam, Lorazepam, Diacepam y Cloracepam.
domingo, 31 de julio de 2016
martes, 19 de julio de 2016
La cadena del water
El agua se desbordaba cada vez más.
La gata sentía cierta histeria hacia esta agua. Lo sé porque su comportamiento
había cambiado en los últimos tiempos, si bien cabe anotar que nunca fue una
gata normal, últimamente aparentaba estar
bajo los efectos de la neurosis. Aunque yo
había conseguido cercar el agua solamente al perímetro del baño, sin
embargo la gata saltaba imaginarios charcos por todo el ambiente de la casa.
Del mismo modo una y otra vez lamía sus patitas en un afán, en parte imaginario,
por mantenerlas limpias. Ni que decir que seguía mordiendo como siempre y hermanándose
a mi pecho cuando dejaba de hacerlo. A mí el agua también me estaba volviendo
bastante loca, si bien es cierto que nunca fui una persona normal, últimamente
estaba sufriendo síndromes claros de neurosis. Dejaba conversaciones a medio y
sin previo aviso me despedía de la gente únicamente dando media vuelta sobre
mis pasos y sin mirar jamás atrás. También había empezado a sentir húmeda mi
computadora y algunos otros aparatos electrónicos como el microondas. Mi carácter
era cada vez más hosco y retraído, aunque alternaba graves silencios con violentas carcajadas. Por aquel
entonces no tenía más que unos cuantos amigos y un amante, al que no contestaba
el teléfono por lo que había dejado de ser mi amante hacía tiempo. Se puede decir lo mismo de los
amigos, a ellos tampoco les contestaba,
pero como la amistad no parece estar tan mediada por lo físico, supongo que
es probable que con respecto a ellos nuestra relación no haya variado en lo
sustancial. No estaba por aquel entonces
ni triste ni alegre, había pasado días de hondísima tristeza pero a
ellos los había sucedido una quietud que rozaba con el paroxismo, similar a la de
la caca de paloma en la baranda de unas escaleras concurridas. Me daba perfecta cuenta de que
la vida estaba ahí fuera. Otras veces, en otros momentos de mi historia,
había recitado similares versos para convencerme a mÏ misma: “Oh la vida”,
“¡qué gran cosa la vida!” ¡yuhpi! ¡yijajajai!. Y he de decir que todo estaba
bien. Me gustaba esa quietud. Me gustaba la soledad, y el saberme el excremento de una de las aves más odiadas
por la raza humana, a excepción obvia del buitre carroñero. Sin embargo como
todo sueño que dura demasiado tiempo
siempre muta en pesadilla, de la misma manera, de un día para otro apareció
el agua y desapareció mi estado
zen.
Esto no era la primera vez que ocurría pero yo lo había olvidado por
completo. Es posible que el agua esté afectando a mis conexiones nerviosas. Quizá haya empezado a actuar sobre el
cerebelo afectando mi memoria. El caso es que tengo treinta y dos, casi treinta
y tres años, y me he mudado de varias decenas de departamentos desde los
dieciocho que abandoné mi techo familiar. En estos departamentos he tenido problemas
varios, así que cuando vi el agua salir e inundar el suelo del cuarto de baño
lo primero que pensé es “esto lo has vivido , pero lo has vivido en el pasado”. Aunque mi representación del tiempo ese
pasado parecía lejano. Cuál fue mi sorpresa al hacer un esfuerzo intelectual de
raigambre y darme cuenta de que ese pasado había acontecido hacía no más de
cuatro meses, cuando estuvo acá mi amiga Marta. A ella la dejé con los
fontaneros mientras fui a ferretería a comprar una bomba nueva para el wáter,
entonces, como ahora, la presión del agua era demasiada, y terminaba rebasando
la cisterna inundando de a pocos el baño. Compré la bomba pero no me cercioré
de lo que hacían con ella. Mi amiga y yo hemos debido ser un chiste para los
fontaneros que, me imagino, hicieron algún ajuste menor, porque hoy descubrí
la bomba nueva con todas sus
piezas, en una bolsa en un cajón. La bolsa eso sí, tenía un huequito así que se
tomaron cierta molestia según parece. Anoche estaba durmiendo y un pez se me
metió en la oreja, otro trataba de
hacerse paso a través de un agujero de mi nariz. El segundo pez no alcanzaba a
penetrar, mientras que el primero estaba ya bregando a lo largo de mi laringe.
Intenté animar al segundo advirtiéndole que
mi nariz hebrea le otorgaba todo tipo de facilidades a la hora de
completar su misión. De cualquier forma creo que hizo caso omiso, y actuó como habría actuado cualquier invertebrado
normal, siguió el camino del primero, camino que por lo demás resultó acertado.
Al lado del wáter, incrustada en la pared, hay una palanquita, si la mueves se supone que
cortas el agua. He oído hablar de eso.
También he oído hablar de la resurrección de Jesús Cristo, y del doceavo descendiente
del califa Alí. Yo no creo mucho en esas cosas, pero aun así giré la palanquita. Nada, el agua seguía rebasando la
cisterna e inundando baldosas. Anoche la gata en sueños,
no sé si ella o yo estábamos sonámbulas, o las dos, pero juro que la oí perfectamente sugerirme que podría resultar
divertido interpretar la clásica escena del Titanic. ¿Qué escena? Le dije. ¿La
del naufragio y la madera? No puedo creerlo le dije entre carcajadas, no puedo
creer que caigas en esos clichés siendo mi gata. Pero acto seguido y sin poder
contener la emoción, empezamos a interpretar la escena. Buffy era Leo, yo era
Kate. No me dejes le dije, mientras ella apretaba su patita contra mi mano.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...
-
Recuerdo, Barcelona era una ciudad inhóspita, casi todo el tiempo acontecía una descarga frugal de meteoritos, las calles eran un atolladero...
-
Estaba pasando las hojas del libro de William Burroughs “Queer”, y vi las anotaciones de ella: Dannis Death, misogyny, evita la afinidad c...
-
Tres minútos frente a la puerta del festival Sus ojos azules cortados por la montura de la gafa. Siempre la lleva así, en plan ecuador...