domingo, 31 de julio de 2016

El padre de Ansiedad García



El corazón va demasiado  rápido, no puede dormir. Las nubes se achican en el cielo. El cielo se comprime hasta caber en una taza de té.  Entiendo que la gente hace pruebas con la muerte, se mira al espejo y dice así estoy bien, es una bonita calavera  la mía. Se mira al espejo imaginando su estructura ósea.  Imagina cuál es el lugar exacto de cada una de sus costillas, debajo de  ellas el corazón, demasiado agitado esta noche. Las arritmias hacen a todas las cosas pequeñas menos al cadáver que eres. El resto; el amor, el cielo, la tierra, el gato, la diversión y la tristeza todo cabe en el puño apretado que esconde bajo la almohada. La sensación general cuando sufres una arritmia es la de que algo  funciona mal ahí dentro, pero no es que sea tan identificable y señalable el corazón, más bien parece que en esa danza errada hubiera descolocado al resto de los órganos, hubiera trazado  un camino mal delineado para ellos, que ahora se miran con asombro y repulsión. Cuando esto sucede es imposible dormir. A veces es posible leer  pero solo si la lectura es tan tediosa que puede arrastrar a todos los órganos internos lejos de la circunscripción del corazón,  lejos del reino que él domina. Esta es la historia de  un padre que llamó  a su hija Ansiedad, aunque en el futuro  todos habrían de llamarla Ansi. Ansiedad García vivió ochenta y siete años. El padre de Ansiedad García, Raimundo Tomás  García vivió hasta los ochenta y tres encomendado a los santos de su terruño natal:  Alprazolam, Lorazepam, Diacepam y Cloracepam.

martes, 19 de julio de 2016

La cadena del water


El agua se desbordaba cada vez más. La gata sentía cierta histeria hacia esta agua. Lo sé porque su comportamiento había cambiado en los últimos tiempos, si bien cabe anotar que nunca fue una gata normal, últimamente  aparentaba estar bajo los efectos de la neurosis. Aunque yo  había conseguido cercar el agua solamente al perímetro del baño, sin embargo la gata saltaba imaginarios charcos por todo el ambiente de la casa. Del mismo modo una y otra vez lamía sus patitas en un afán, en parte imaginario, por mantenerlas limpias. Ni que decir que seguía mordiendo como siempre y hermanándose a mi pecho cuando dejaba de hacerlo. A mí el agua también me estaba volviendo bastante loca, si bien es cierto que nunca fui una persona normal, últimamente estaba sufriendo síndromes claros de neurosis. Dejaba conversaciones a medio y sin previo aviso me despedía de la gente únicamente dando media vuelta sobre mis pasos y sin mirar jamás atrás. También había empezado a sentir húmeda mi computadora y algunos otros aparatos electrónicos como el microondas. Mi carácter era cada vez más hosco y retraído, aunque alternaba graves  silencios con violentas carcajadas. Por aquel entonces no tenía más que unos cuantos amigos y un amante, al que no contestaba el teléfono por lo que había dejado de ser mi amante hacía  tiempo. Se puede decir lo mismo de los amigos,  a ellos tampoco les contestaba, pero como la amistad no  parece  estar tan mediada por lo físico, supongo que es probable que con respecto a ellos nuestra relación no haya variado en lo sustancial. No estaba por aquel entonces  ni triste ni alegre, había pasado días de hondísima tristeza pero a ellos los había sucedido una quietud que rozaba con el paroxismo, similar a la de la caca de paloma en la baranda de unas escaleras  concurridas. Me daba perfecta cuenta de que la vida estaba ahí fuera. Otras veces, en otros momentos de  mi historia,  había recitado similares versos para convencerme a mÏ misma: “Oh la vida”, “¡qué gran cosa la vida!” ¡yuhpi! ¡yijajajai!. Y he de decir que todo estaba bien. Me gustaba esa quietud. Me gustaba la soledad, y el saberme  el excremento de una de las aves más odiadas por la raza humana, a excepción obvia del buitre carroñero. Sin embargo como todo  sueño que dura demasiado tiempo siempre muta en pesadilla, de la misma manera, de un día para otro  apareció  el agua y desapareció mi estado  zen.
Esto no era la primera vez  que ocurría pero yo lo había olvidado por completo. Es posible que el agua esté afectando a  mis conexiones nerviosas.  Quizá haya empezado a actuar sobre el cerebelo afectando mi memoria. El caso es que tengo treinta y dos, casi treinta y tres años, y me he mudado de varias decenas de departamentos desde los dieciocho que abandoné mi techo familiar. En estos departamentos he tenido problemas varios, así que cuando vi el agua salir e inundar el suelo del cuarto de baño lo primero que pensé es “esto lo has vivido , pero lo has vivido en el pasado”.  Aunque mi representación del tiempo ese pasado parecía lejano. Cuál fue mi sorpresa al hacer un esfuerzo intelectual de raigambre y darme cuenta de que ese pasado había acontecido hacía no más de cuatro meses, cuando estuvo acá mi amiga Marta. A ella la dejé con los fontaneros mientras fui a ferretería a comprar una bomba nueva para el wáter, entonces, como ahora, la presión del agua era demasiada, y terminaba rebasando la cisterna inundando de a pocos el baño. Compré la bomba pero no me cercioré de lo que hacían con ella. Mi amiga y yo hemos debido ser un chiste para los fontaneros que, me imagino, hicieron algún ajuste menor, porque hoy descubrí la bomba nueva con todas sus piezas, en una bolsa en un cajón. La bolsa eso sí, tenía un huequito así que se tomaron cierta molestia según parece. Anoche estaba durmiendo y un pez se me metió en la oreja, otro   trataba de hacerse paso a través de un agujero de mi nariz. El segundo pez no alcanzaba a penetrar, mientras que el primero estaba ya bregando a lo largo de mi laringe. Intenté animar al segundo advirtiéndole que  mi nariz hebrea le otorgaba todo tipo de facilidades a la hora de completar su misión. De cualquier forma creo que hizo caso omiso, y actuó como habría actuado  cualquier invertebrado normal, siguió el camino del primero, camino que por lo demás resultó acertado. Al lado del wáter, incrustada en la pared,  hay una palanquita, si la mueves se supone que cortas el agua.  He oído hablar de eso. También he oído hablar de la resurrección de Jesús Cristo, y del doceavo descendiente del califa Alí. Yo no creo mucho en esas cosas, pero  aun así giré la  palanquita. Nada, el agua seguía rebasando la cisterna  e  inundando baldosas. Anoche la gata en sueños, no sé si ella o yo estábamos sonámbulas, o las dos, pero juro que la oí  perfectamente sugerirme que podría resultar divertido interpretar la clásica escena del Titanic. ¿Qué escena? Le dije. ¿La del naufragio y la madera? No puedo creerlo le dije entre carcajadas, no puedo creer que caigas en esos clichés siendo mi gata. Pero acto seguido y sin poder contener la emoción, empezamos a interpretar la escena. Buffy era Leo, yo era Kate. No me dejes le dije, mientras ella apretaba su patita contra mi mano.

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...