miércoles, 30 de octubre de 2013

El ojo


Me despertó mi sueño que no venía a ser más que una manifestación psíquica de la realidad física. Estaba con mi madre colgándome de las ramas de los blancos almendros que tanto le gustan. Ella por encima de mí, como cuatro ramas por arriba de mis ramas, en cuclillas, igualita que en esa foto que me llevé a los dieciocho años a la primera habitación de mi independencia; el almendro blanco con algunos tintes rojizos, mi madre con treinta y pocos, su melena caoba, agazapada entre las ramas del árbol vistiendo un chándal blanco de lo más retro, de lo más ochentero, aunque en el momento en que fue tomada la foto no era retro, sino actual. Mi madre simulando ser  una flor más del almendro mientras el viento bate su cabello rojizo y el polen  escapa a sus estambres,  y nacen otras como yo cuatro ramas por debajo. Otras que miran con orgullo su juventud y la felicidad que irradia al estar entre los brazos de su árbol favorito.
Así me sentía  totalmente feliz, trepada a ese almendro en la sierra de Albacete, oteando el horizonte con todos esos pinos y olivos coronando las montañas poco pronunciadas, cuando algo se metió en mi ojo. Me rasqué ligeramente, pero como suele ocurrir, esto no sirvió para nada, entonces le dije a mi madre: “Mama, se me ha metido algo en el ojo” y ella me contestó:- A ver no te toques, y empezó a descender hacia mi con una ligereza incorpórea, y justo cuando estaba a punto de levantar mi mandíbula para soplar en mi ojo, voy y me despierto.
Debe ser bien entrada la noche porque no se oye ni un solo ruido en la calle, y mi calle no es precisamente silenciosa. Despierto sola rascándome el ojo con fuerza, acordándome de mi sueño que era tan bonito, y de cómo en mi sueño, tal y  como sucede ahora, no me ayudó en nada restregar el ojo cerrado, pero igual sigo haciéndolo con esa terquedad de quien sabe, que dar el siguiente paso significaría levantarse de la cama, encender la luz, ir por un espejo etc; por lo demás,  todo ello demasiado complicado cuando son las cinco de la mañana ( lo compruebo con el ojo sano, tras extender el brazo que no rasca el ojo, hasta el suelo donde puse el teléfono) y lo único que una quiere es que el dolor se alivie cuanto antes y pueda retomar su sueño con la más pacífica de las transiciones. Pero  más bien sucede todo lo contrario y la molestia que era fácilmente asimilable, termina convirtiéndose en un dolor agudo localizado en varios puntos del globo ocular. Ahora sí, no me queda otra que levantarme, enciendo la luz de la habitación que tampoco ilumina demasiado pues la bombilla es de baja potencia  y el techo alto, y busco cerca del móvil un espejo circular que justamente me regaló mi mamá antes de volverme esta cuarta vez a Lima.

Busco y busco acercando el espejo a mi ojo todo lo posible, ya que tengo una miopía importante y a medio metro de distancia no veo “tres en un burro” como se dice vulgarmente. No veo nada, no parece que haya una pestaña, que es lo que todo el mundo busca inconscientemente cuando quiere localizar un dolor en el ojo. Nada no veo nada, el espejo por momentos me hace sombra, si quiero que no proyecte su sombra sobre mi cara, tengo que alejarlo un poco más, pero entonces no veo, decido buscar lo que sea que me molesta cada vez con mayor intensidad con las gafas puestas, al hacerlo me sorprendo de cómo  mi ojo disminuye su tamaño cuando se mira por detrás del cristal de las gafas, ¡qué bestia! Me atrevería a decir que es la mitad de lo que sería sin gafas. Nada, sigo sin ver nada, ya llevo como diez minutos en esta tarea. Buscar con las gafas puestas resulta difícil porque mi ojo se ve más pequeño y porque, de encontrar el objeto que molesta, tendría que levantar las gafas a la hora de atraparlo para expulsarlo del ojo, y como digo, estaría obligada a levantar la gafa ante la imposibilidad de atravesarla, con lo que volvería a perder el objeto extraño, resultando todo ello un despropósito. Me saco las gafas con rabia por lo estúpido de la idea bajo la luz de mi última reflexión, y me recreo en un dolor que empieza a ser verdaderamente agudo, miro mi ojo verde, con pequeñas motas marrones, miro esa isla rodeada del Mar Rojo, donde han de quedar sepultadas, por reclamo de Moises, todas esas venas y capilares inflamados. ¡Yahveh abre éstas aguas!, ¡entierra en ella a los egipcios!, ¡concédeme la  libertad!

Suplico y suplico, con el espejo a escasos centímetros del ojo, ahí no hay nada, no sé que pueda estar causándome tanto dolor. Mi paciencia está empezando a agotarse, sigo mirando mi acuosa pupila verde,  y de repente me imagino que algún día será una especie de galaxia, con la esfera exterior azul debido a una catarata, me pregunto entonces qué será de mi cuando llegue ese día, cómo seré yo cuando llegue ese día, y la idea de la ancianidad, por el hecho de asimilar la vejez al recuerdo de la catarata de mi abuela, me hace sentir ternura hacía mi yo del futuro, pero en nada he tenido una vida como la de mi abuela.  Mi abuela a mi edad estaba casada y tenía, al menos, un hijo, una hija en concreto, mi mamá. ¿A quién voy a resultar tierna con casi noventa años? Si la que siente ternura por ella es su nieta tuerta, y yo ni siquiera he tenido hijos, ¡cuanto menos nietos tuertos!, y si alguien tala un árbol en medio de la nada, y el árbol hace un ruido estrepitoso, pero sólo esa persona lo oye, ¿el árbol y el estruendo han existido o no?

 Todo esto pienso mientras escruto el ojo, perdida en mayor grado la paciencia por mis reflexiones absurdas. Me sobreviene al momento otra idea todavía más estúpida que las anteriores y, por ende, comienzo a pensar que esto me pasa por estar sola, que si no hubiera elegido siempre a los pendejos, ahora tendría alguien diseccionando cada milímetro de mi ojo con paciencia y con amor. He tenido buenos chicos en mi vida, al menos he tenido la oportunidad de tenerlos, y todavía la tengo, sin embargo estoy sola, pestañeando convulsivamente a las cinco y media de la mañana. Me lo merezco, pienso, por imbécil. Y otra vez, caigo en la cuenta de que ese auto reclamo no tiene objeto en las circunstancias en que me hallo porque bien sabido es, aunque no sé si existe estadística al respecto, (tantas estadísticas hay que quizá exista) bien sabido es, que por cada mil personas que preguntan a otra: “¿Tengo algo en el ojo?”. Sólo una de cada mil (estadística completamente inventada por la autora, bajo el auspicio y la colaboración de grupo Oftalmológico de Investigaciones Científicas No Contrastadas) contesta: “Sí, una pestaña, voy por un trozo de papel, ahora mismo te la quito”. Dándose, en el 999 por ciento de los casos, la siguiente respuesta: "Yo tampoco veo nada, no tienes nada ahí".

Abatida y francamente molesta por la dirección de mis pensamientos, que en poco ayudan a resolver mi problema real, decido hacer algo que nunca me ha funcionado, pero que todo el mundo recomienda en estos casos; me voy al cuarto de baño a echarme agua en el ojo. Con la mano arqueada como cuenquito recojo el agua, y hasta por seis veces la introduzco dentro del ojo, que lejos de sentirse aliviado, escuece con mayor ímpetu. Miro en el espejo del cuarto de baño, a ver si el cambio de escenario resulta provechoso, y el cuadro que presenta mi ojo es, a todas luces, aterrador; después de una hora de manipularlo con papel, dedo y agua, los párpados están hinchados y entre ellos solo dejan ver una rendija rojiza por la que antes escapaba un ojo medianamente grande, cuya mirada, en varias ocasiones había sido alabada por su viveza y frescura. Todo lo contario a la imagen que me devuelve el espejo ahora, que más bien me muestra el ojo de un cadáver. Para mí, que he sido desde pequeña usuaria del cine Serie B, y por supuesto de toda película de zombies que saliera al mercado, no deja de ser sorprendente la semejanza de mi globo ocular con el de un come-cerebros.

El dolor no me permite tener el ojo abierto durante más de diez segundos seguidos, comienzo a pensar, que para salvar el resto del cuerpo tendré que tomar una medida drástica en cuanto al ojo, (obviamente influenciada por mis gustos cinematográficos). La solución más certera que se me ocurre es sacarme el ojo, si hago esto podré descansar, estaré tuerta de por vida, pero podré irme a dormir aprovechando las pocas horas de sueño que me quedan antes de ir a trabajar. El instrumento que ha de resultar más preciso a la hora de realizar la terea es, sin lugar a dudas, una cuchara sopera. Reflexiono, cucharas, cucharas… ¡sí, hay varias en la cocina! Por fin un poco de luz en mis pensamientos, por fin una esperanza. Cuando de repente, caigo en la cuenta de que todo el rumbo que estan cogiendo mis ideas va de la mano de Romero, de Jackson, de Cronenberg quienes son expertos en desmitificar la muerte, y  en  las extracciones violentas de órganos, y, sin embargo,  no por ello son médicos profesionales. De hecho, ahora que lo pienso bien, no creo que pudiera descansar tranquila tras haberme vaciado la cuenca ocular.

Vuelvo a mi habitación desesperanzada, adoptando la posición de la flor de loto encima de la colcha de la cama, extiendo la mano otra vez hacía el espejo, ahora con profunda abnegación hacía mi ojo. “He de salir de esta, tengo que luchar por él” me digo, y así, con el espejo circular en mi mano, me siento la más ridícula de las personas al comprobar (como ya sabía y por lo visto había olvidado) que el espejo en su otra cara es de aumento. Miro entonces a ambos lados en mitad de la noche, agradeciendo que no haya nadie que pueda corroborar lo estúpida que soy, y ahora sí con la pequeña rendija sanguinolenta que queda visible y que antes era mi ojo, ampliada un cien por cien, puedo ver cómo en problema inicial terminó transformándose en otro problema por mi mal proceder.

De esto me doy cuenta cuando veo que en el parpado inferior, flotando como rama de árbol en medio del rio, una pestaña se encuentra varada entre dos grandes rocas, ese debió ser el problema inicial, el que me sacó de mi bello sueño hace más de una hora. Por otro lado, en mi pupila verde y roja, pero todavía no azul, puedo observar un hilillo fino y transparente que al momento soy capaz de identificar como uno de los miles  de hilos que cubren mi manta de alpaca, y que huyen de esta a cada rato pegándose en mi ropa, y obviamente también en mis manos, que de manera más o menos presumible han debido llevar el hilillo al interior del ojo, después de tanto frotamiento en busca de la pestaña perdida.

El primer obstáculo que acierto a quitarme es el hilo de alpaca, lo cual supone un gran alivio que me hace recordar esa escena de las películas en las que una persona cae al agua con su coche, que empieza a llenarse de agua, y forcejea y forcejea, y se oye un zumbido, o bien una privación de sonido,  marcada por el latir agitado del corazón de la víctima que se encuentra cercana a la asfixia, cuando acierta a abrir la ventana o la puerta, y sale al exterior, y entonces hay como una especia de “ahhhhhhhh” grandioso, y desaparece el zumbido y se acaba el silencio devolviéndolo a la vida.

Poco a poco voy cayendo otra vez en el sueño, mi mami está ahí en el mismo punto en que había quedado suspendida, en mi rama, sentada junto a mí, los rayos del sol atraviesan su espesa melena y extienden el rojo de su cabello a mis mejillas, que ya no están húmedas porque mi madre ha buscado en mi ojo, y con toda la suavidad del mundo, ha extraído de él una flor de almendro que ahora me muestra mientras dice:- “Ves como no era nada feo”.

martes, 29 de octubre de 2013


El me enseñó a comer arena y nunca pude olvidarlo. Recuerdo que llevaba como tres meses yendo al gimnasio de Arti, y él siempre estaba ahí con su mirada cínica, irrespetuosa, como retando a todo el que le mire a sumergirse en sus ojos. Recuerdo que lo pensé desde el principio, pensé “este se gana un título y de los grandes”, y lo pensé porque sabía que  su mirada suspicaz y traviesa, así como sus palabras concisas (siempre pronunciadas con cierto dejo de picardía), quedarían perfectas en la tele, y por eso, sólo por eso,  tenía que ganar un título importante: el título mundial del peso medio, el Welter, el sudamericano, que en realidad tampoco valía gran cosa. Y el también lo sabía, ¡vaya si lo sabia!, por eso es que siempre que  hablaba parecía que estaba haciendo una declaración televisiva, ¡el muy huevón! ¡Siempre tan pendejo! Siempre rodeado de sus fans, a las que manejaba deslizándolas imperceptiblemente entre el rechazo y la aceptación. Nunca eran del todo rechazadas, y nunca del todo aceptadas, siempre había en su rechazo una esperanza que hacía que todas esas féminas quinceañeras gravitaran alrededor del rin como satélites pendiendo de un solo cuerpo celeste.

La primera vez que lo vi estaba hablando con Arti sobre su juego de piernas, en esa ocasión, parados junto al ring, Arti con el brazo extendido sujetando las cuerdas, Juan golpeando sus puños enguantados de manera intermitente, y el rumor de la conversación que alcanzo a escuchar cuando me acerco para saludar a Artemio: -Mira tú juego de piernas es muy chévere de verdad, debes ser seguidor de Alí porque tu baile es parecido, es muy parecido de hecho, con la diferencia de que él era un pesado y tu un medio, pero bueno está bien, me gusta tu estilo de verdad, ahora, tienes el problema de la chibolada y eso es algo que tienes que superar.

-¿El problema de la chibolada? Le pregunta Juan.

- Si, no os quiero ni imaginar cachando, seguro que aplicáis en el cache todo lo que veis en la porno sin tener en cuenta si procede o no hacerlo, siempre pensando más en la película que en la vida real, en el aquí y en el ahora.  El baile no es contigo solo, para eso, si quieres, utiliza a la manuela, ¿o no? ¿O si tú estás con una flaca empiezas a mover la pelvis a tres metros de distancia de la chucha de ella? No seas tan semental pe.. deja de cacharte el aire.  Tienes que buscar al rival, cerrarlo en las cuerdas, marcar tus pesos para contrarrestar los suyos, a cada paso de uno se impone otro del rival. Aprovecha tus pasos, los fallos en desplazamiento son propios, como te digo, de la chibolada dar pasos de más, te resta pasos en la final, sólo es trabajo por las huevas que a la larga te hará perder el combate. Si un pesado hace dos pasos hasta llegar a las cuerdas, y un pluma seis, tú que te alucinas Ali puedes hacer cuatro bien bonitos, con todo su estilo, pero sin olvidar que en el camino entre tus pasos y las cuerdas, está el rival, que tendrá sus propios pasos, que querrá invitarte a bailar. Te voy a dar un consejo chibolo, decía mientras metía la mano en el bolsillo de su pantalón, aquí tienes diez soles, sé que no es mucho pero te alcanza para comprar un vino, ándate a la bodega, compra un vino con los diez soles, y llévate a la flaca a un sitio tranquilo, pero acuérdate antes de empujársela de la estrategia, la cosa no consiste en deslumbrarla con postureo y floreos, si no en que la chibola se venga, y para eso no te queda otra que moverte a su ritmo y por último, recuerda siempre que si vas demasiado deprisa lo más probable es que te estrelles en las cuerdas.

-Gracias Arti, me voy a empujar ese vino y ese polvo a tu salud, le contestó el floro guardando los diez soles en el bolsillo de su pantalón.

 
Yo me quedé asombrado de cómo había capeado el temporal el florito, porque la impresión que daba a simple vista, era la de un chico pretencioso y por supuesto orgulloso, pero nada que ver. Cogió los diez soles, los metió en el bolsillo, le dio las gracias a Arti, que lo había llamado chibolo inexperto y se quitó aceptando el mensaje, después de palmearme la espalda al pasar a mi lado.

Yo le dije dos huevadas a Arti mientras pensaba en lo que acababa de pasar, mientras pensaba: ¡Ojalá se gastase en mí ese vino! Se me había olvidado lo que quería decirle por completo, solo pensaba en ese vino, en Juan empujándose a una chibola aunque ahora alucinaba  que lo hacía de manera inexperta, entonces yo tenía veinte años y él debía tener veintidós. Llegué a mi taquilla, y mientras realizaba el esfuerzo de quitarme un guante con los dientes noté su presencia detrás, en mi pensamiento me acompañaba todavía su mirada irónica resignada cogiendo los diez soles, y guardándolos en el bolsillo. Me di la vuelta y ahí estaba, oye compadre -me dijo-, ya que lo has oído todo, y has sufrido toda la huevada, me siento en deuda contigo, ¿qué tal si nos bebemos ese vino a la salud del Arti?

 Pucha… no me lo podía creer, me estaba invitando a mí. Lo que deseaba, lo que tanto pensé que deseaba estaba ahí materializándose junto a mí, saliendo de mi cerebro para hacerse corpóreo. Entonces noté cómo mi corazón se agitaba, y respondí un "si claro, a la salud de Arti”, de lo más escueto, porque los nervios no me dejaban decir nada más. Perfecto me dijo, te busco en un rato, y desapareció.

 

 

 

 

domingo, 20 de octubre de 2013


Tengo cincuenta años y veinte años de casado. Cuando abrazo  a mi mujer siento su corazón palpitando en su pecho, la abrazo, y después me detengo en sus ojos, en su mirada profunda y sincera, y la quiero como mierda pero no así, no así. Esa noche bebimos, hablamos, y vi mi cuerpo de cincuenta años cansado de la piel que casi todo el tiempo se niega a sí misma, cansado de mis manos que casi todo el tiempo se niegan a sí mismas, cansado de mis años, de mis canas, de mis uñas redonditas que la mayor de las veces corto con los dientes, por eso es que están medio chuecas, cansado de mis piernas que se dirigen a todas partes por monotonía,  de mis labios y de mis dientes amarillentos, completamente cansado de ser esposo y de ser padre,  de la oficina, y de las reuniones con amigos. Por eso cuando me miró en el bar, y le dijo a ese huevón con el que hablaba que no podía concentrarse porque estaba delante de algo precioso, por eso es que quise vivir una vez más, y me fui con él a su casa, después de acariciarle el pecho en el taxi, después de buscar entre el cuello de su sueter ese pezón tantas veces lamido, tantas veces babeado años atrás. Peinando con mis dedos los pelitos de su pecho, fue que encontré el pezón, y qué bonito reencuentro, lo pellizqué, y el dijo “ay” y se rió, y de ahí fuimos a su cuarto y nos besamos, llevaba veinticinco años sin besar así. Notaba su lengua caliente en mi boca,  es como si esa lengua siempre hubiera estado ahí  bañada en saliva templada, esperándome. Y entonces chequeé con mi lengua sus dientes parejitos, cuadraditos, y me aluciné cada uno de ellos rodeando las paredes de mi casa, con su saliva y su sabor, pendiendo de mis paredes, luciéndose sin mayores pretensiones. Nos abrazamos fuerte, muy fuerte, como abrazaba a mis mascotas cuando era niño, cuando no podía controlar ni mi fuerza, ni mi amor, y dejaba los hamnsters al borde de la asfixia, y seguí abrazándolo toda la noche, intentando que mi piel, rejuvenecida de pronto, cubriera toda su piel sin desperdiciar ni un huequito.

lunes, 14 de octubre de 2013


Tiene veintiún años

Se tumba en mi cama y me habla de la Generación Beat

Que conoció cuando les ayudé con ese trabajo de la carrera

Me dice que ha leído On the Road y le encanta

Que ha buscado más libros de Kerouac

Que se va a comprar Los Subterráneos

Que ha visto en el centro de Lima el libro de Cartas de Ayahuasca

 que esa será su siguiente compra

Gesticula y alza la voz cuando me habla de los Monty Phyton´s

que también le mostré aquella tarde en la casa de mi amiga

Cuando vimos  la película después de esa juerga

Tiene veintiún años y parece una esponja

Queriendo asimilarlo todo a la velocidad de la luz

Dice que ha leído a Ginsberg

Ayer le hablé de Kronenberg

Me pregunta si he visto algo de un director danés

Algo de un tal Lars Von Pier,

El otro día vio una película alucinante suya:

Las olas y la tempestad, me dice

Y yo dudo si corregirlo o no porque le quedan muy bien esos errores

Le queda muy bien esa euforia de juventud

Esas ganas de conocer sabiendo que está en el momento precioso

Me recuerda mucho a mí a su edad

Cuando escribía poemas con palabras imposibles

Con los nuevos verbos y adjetivos que acababa de aprender

Cuando soñaba con viajar a todas partes y leer todos los libros

Cuando me equivocaba y me tumbaba en la cama de otro

Para que me hablara de todo aquello que no sabía

martes, 8 de octubre de 2013


Subes la montaña, ahí fuera está helado

La cima es escarpada, la luz brilla demasiado en tus ojos

Tanto que te produce sordera

Llegas arriba y tus piernas inclinadas saben mucho del abismo

Y muy poco de mantenerse sobre la superficie

Piensas en levitar como un maestro Zen

 y entonces te das cuenta  de que no eres asiático

Y de que te queda un duro camino de vuelta

Llegas por fin a la cama con los pies congelados

Y tanto sueño que no puedes ni cambiarte los calcetines

y  piensas: “si al menos tuviera a mi lado un cuerpo calentito”

Has realizado una proeza subiendo esa montaña

Pero no hay amor que te recompense

Tumbado,

Con los pies húmedos y aterido por el frio

Vuelves a pensar:

He subido esa montaña, me quiero mucho

Y entonces, sin poner más excusas

te cambias los calcetines.

sábado, 5 de octubre de 2013

El trío calavera


En aquella época paraba todo el tiempo con mis dos amigos calavera, los que junto a mí, formaban el trío calavera. Los conocí cuando recién empezaba el invierno limeño y me acompañaron hasta el final de la estación. Lo que pasó después, al comienzo de la primavera, lo que hizo que finalmente nos separáramos todavía no lo entiendo bien, pero lo entenderé, me imagino, en el futuro. Fue  al principio del invierno cuando llegué a Lima, yo, una extranjera sin papeles, dispuesta a trabajar en la ciudad dónde años atrás había conocido el sexo con Jet Lag, el perpetuo cielo gris, los edificios coronados por una gruesa capa de contaminación, y las sonrisas rebosantes de ceniza.

 Había llegado a Lima después de cinco años totalmente expatriada por la crisis económica que atenaza a la piel del toro del país donde nací, no voy a decir de mí país, porque yo no soy nacionalista, y considero que ser española o peruana  sólo significa que, en un rublo del destino, ese óvulo y ese espermatozoide se encontraron físicamente  en Europa  o en América, nada más. Las banderas, los himnos y cosas por el estilo nunca me han interesado en lo más mínimo; cómo sabrán España ha ganado en los últimos años el mundial de fútbol y el mundial de baloncesto. Lo del futbol seguro lo sabían, lo del baloncesto no creo que lo supieran tanto…bueno en todas estas victorias ha acompañado a las selecciones un gentío descomunal en las calles, blandiendo banderitas, camisetas, cantando eslóganes trillados, gritando hasta la asfixia con las caras amoratadas en esa duda ancestral que acompaña al hombre desde sus orígenes: ¿qué hacer antes? ¿Corear el nombre de mi selección de futbol, beber o fumar? Ante esa duda estaban millones de españoles viendo como se les concedía esa victoria. Y aquí es dónde digo que yo no soy nacionalista porque nunca pensé que esa victoria fuera mía, ni siquiera pensé que fuera una victoria a nivel nacional, pues bien sabido es, que todos esos futbolistas tienen sus cuentas millonarias en Suiza, y que en nada están contribuyendo a la recuperación del país, el cúal permanece más cagado que nunca.

Fue así, por esa atmosfera pestilente que envolvía el lugar donde nací, que terminé en Lima.  Y fue en esta ciudad dónde conocí a mis compinches: Chuletín y Virginidad.  Los conocí por separado, pero muy pronto una eclosión de miles de millones de átomos gravitando por la vía láctea, vino a juntar a esos dos personajes en un mismo contexto.

A Chuletín lo conocí uno de los primeros días del invierno, cuando llevaba poco más de un mes en Lima. Ese día había quedado con una amiga española, que estaba yendo al cumpleaños de un pata que es amigo de mis amigos peruanos, los que conozco hace años, desde mis primeras incursiones en Sudamérica. El cumpleaños era en la playa, en la Herradura, y para allá fuimos un grupo, todo chicas más Chuletín, pronto entendí que así es como nuestro querido Chuleta  se encuentra más cómodo, totalmente rodeado de mujeres. Lo llaman Chule porque dentro de su boca atesora una lengua enorme, una lengua que puede extenderse desde sus labios rosados hasta la parte inferior de la barbilla. Una lengua que el mismo se ha medido, y que algunas personas son capaces de atestiguar, mide unos quince centímetros desde los labios hasta la punta, es decir toda una chuleta por lengua. Y ahí estaba Chuletín, rodeado de mujeres jóvenes, en chanclas, porque ante todas las cosas Chule es un fetichista, y le gusta dar masajes en los pies a las mujeres, y porque todavía no hacía realmente frio es que fuimos para allá en sandalias, y por dos veces sorprendí a Chule relamiéndose los labios con la puntita de su lengua nada más, mientras observaba mis pies.  Ahí pasamos la tarde, parece que fuera ayer, parece que todos los trágicos acontecimientos que se derivaron de esos días no hayan sucedido nunca.

A virginidad la conocí esa misma noche, en la fiesta de una amiga, pero Chule no estaba, se había ido ya a pasear su enorme lengua por la geografía limeña. Virginidad es, desde el primer momento en que atraviesa la puerta de una habitación, una absoluta y completa bollera para todos los que, desde el interior,  la ven franquear el umbral de la puerta. No hay forma de ocultar que es gay, tampoco hay ninguna necesidad; Lima ha cambiado mucho en los últimos veinte años respecto al tema de la homosexualidad, se ha vuelto mucho más tolerante, ya no mata a su gente por cabros.

Virginidad entró a esa habitación atestada de españoles y se sentó a mi lado, yo pensé: “Hay una bollera a mi lado”, simplemente clasificando como suele hacer el cerebro cuando no tiene nada mejor que hacer. No dijo nada, se sentó, y de repente entre sus manitas, porque Virginia es chatita, chiquita y sus manitas también son chiquitas, y entre sus manitas nació de repente una caja  metálica enorme, que abrió y cuyo aromático contenido envolvió toda la sala. Nunca había visto tal cantidad de marihuana junta.

Como quien no quiere la cosa, totalmente consciente de que no podía, ni debía aparentar asombro por ese tremendo volumen de marihuana (ya que mi propósito era adaptarme,  y nadie que se sorprende se adapta) desvié mis ojos grandes como platos y seguí mirando al frente muda. Pero entonces una española que estaba sentada a mi otro lado dijo: ¡Buaaaaaaaaaahhhh cuánta marihuana!, y con eso me destapó también a mí que había estado disimulando y que ya no podía aguantar más, y dije algo así como: “Vaya yo aquí disimulando para que ahora llegue otra española  y se sorprenda”.  

Dos días después quedé con Virginia y en su camioneta Wolksvagen, una combi chiquita, pude ver dibujada la cabeza de Chuletín, dentro de la cual se deduce una enorme lengua fan de culos veinteañeros (Vir y yo rondamos los treinta, Chule ronda los cincuenta)Ya estábamos los tres juntos, el trío calavera.

Desde un primer momento quedó claro que la pasión de mis dos compinches era hablar de tetas y de culos, las palabras y expresiones más comunes en su vocabulario eran: cuerín, cuerazo, culote, potazo, concha, chorreante,  tetotas, hembrota, flujos, chibolas y un largo etcétera. A mí me gusta mucho hablar de sexo, pero no sé absolutamente nada de sexo con una mujer, y a las mujeres en general, las miro simplemente comparando lo suyo con lo mío, ya que el libre mercado, y la vorágine capitalista nos obliga a una competencia cruel y desarmada. En verdad no tengo mucha competencia en Lima, porque soy blanca, delgada, joven, narigona y tengo años de ejercicio en mis piernas, por lo que me llaman piermiriam. Pero la lucha no es contra otras, es contra mí misma, contra ese afán que he tenido siempre de estar guapa para mis pendejos, porque eso es lo que son todos mis hombres, unos escudándose en la locura, otros en la borrachera…pendejos, pendejos, pendejos.

Fue después de una borrachera, en medio de la cegadora resaca cuando decidimos, al fin, poner remedio a todos nuestros problemas de índole amoroso-económico-sexual,  y entonces surgió la estrambótica idea de “El programa de los veinte puntos”, que lejos de conseguir el propósito que le habíamos marcado (el cambio en nuestras vidas que había de propinarnos estabilidad y felicidad) lejos de eso, terminó por hundirnos aún más. Pero antes de relatar cómo se torció todo, antes de eso, conviene enumerar algunos puntos del programa de los veinte puntos:

1-      El primer punto en el programa de los veinte puntos se deduce del compromiso y la necesidad de cumplir los siguientes puntos:

2-      Dejar de fumar

3-      No mantener relaciones sexuales, ni amorosas con gente que padezca cualquier tipo de enajenación ( punto diseñado expresamente para mí)

4-      No mantener relaciones sexuales con chicas menores de treinta años(este punto estaba especialmente diseñado para Chule)

5-      No ayudar a borrachos, ni drogadictos.

6-      No permitir ningún tipo de maltrato psíquico o físico.

7-      La primera vez que nos choteen no habrá más.

8-      No beber entre semana.

9-      No beber por aburrimiento.

10-  No volver con exs.

Los siguientes diez puntos eran parecidos a los anteriores, con algunos matices.  El manuscrito aparece firmado en su parte posterior por los tres, con fecha del 29 de septiembre del año 2013. Nadie podía advertirnos entonces que estábamos firmando nuestra sentencia de muerte.

Al día siguiente de la firma del “Programa de los veinte puntos” cada uno de esos puntos que habíamos rechazado empezó a imponerse con más fuerza. De doce cigarrillos diarios que fumábamos cada uno, empezamos a fumar dos cajetillas diarias. De beber una a dos veces por semana, pasamos a beber todos y cada uno de los benditos días del Señor. De ayudar sólo a un borracho o drogadicto, pasamos a ayudarlos a todos, los acompañábamos a la tienda a por más licor, ellos también nos acompañaban a nosotros a la tienda a por más licor. Todos volvimos con nuestros exs, que además sufrían algún tipo de enajenación, con lo cual incumplíamos a la vez, dos de los veinte puntos. Chule se lió con todas las flaquitas de veinte años que caían por azar en sus manos. Yo también me levanté a algún chibolo. Dejamos que nuestros exs nos chotearan como no estaba escrito, como no había ocurrido nunca antes en la historia del ser humano humillado. Permitimos todo tipo de maltrato psíquico y físico,  y a su vez nosotros también maltratamos al prójimo,  guiados por el influjo de esas firmas horribles de ese 29 de septiembre del año 2013, que sin saber cómo, queriendo encontrar la estabilidad, y en la estabilidad la felicidad, dieron como resultado todo lo contrario; encontramos la inestabilidad, pero, y aunque parezca mentira, en la inestabilidad encontramos la felicidad, esa felicidad con mayúsculas.

Esa felicidad que sólo se goza, sin  pensar en nada más, libres como pajarillos silvestres gozamos los frutos de esta tierra hasta el abuso. De modo que al no cumplir  “El programa de los veinte puntos”, cumplimos con el objetivo último del ser humano: alcanzar la felicidad. De ahí devino nuestra separación porque ya no nos hacíamos falta, ya éramos felices cada uno por sí mismo, demasiado ocupados en chotear, en maltratar y en que nos choteen.

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...