Sin explicar nada te sacaste ese chicle de la boca
Mirándome a los ojos
En un jardin japonés
Caían tus manos como un insulto por mi pelo
Las risas oscuras
Y los budas de papel albal
Los recogimos todos en el último minuto
las hormigas empujando un trozo de frigopie
Las suspicacias, las mentiras
Y las hojas raídas por el otoño
Pensé que ibas a besarme, estaba convencida
Pero al final me pegaste el chicle en mitad de la frente
viernes, 30 de julio de 2010
domingo, 25 de julio de 2010
Te gusta porque te araña con su bigote, porque donde te lamió después te acarícia con sus rechonchas manos, te gustan sus orejas que apuntan al cielo, y sobre todo te encanta su fina naricita de botón, negra y goteante, desparrama su esencia hacía abajo para después ser absorbida por su bigotito salvaje. Quieres un guante de lija para acariciar tu gato. Necesitas una servilleta para limpiar su naricita, pero el gato te rehuye como un felino salvaje, escarba en el tapizado de los sillones buscando el oro negro, el sueño americano, está perdiendo el tiempo con su blanca cabecita que nunca se apoya en tu pierna, y por eso albergas la esperanza, justo por eso has vertido gasóleo en tu sillón, sólo quieres cumplir sus sueños, esos que apenas conoces. Yo también tuve un gato obcecado y egocéntrico, y para hacerlo feliz embrollé y desembrollé miles de ovillos, a la vez que los lanzaba a todas horas hacía sus frágiles patas.
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