sábado, 10 de enero de 2015

El amor y la muerte V


Se aseguró de que  el revolver estuviera bien enterrado y con un rápido movimiento de  cabeza se quitó, sin utilizar las manos, la arena que había empezado a enquistarse en sus pómulos. Qué rápido es el sol, más rápido que los humanos con sus rutinas de carne, y sus rutinas de huesos. El sol desecando los lagos es mucho más eficaz que los hombres tragando saliva. Contumaz es el sol enterrando marmóreos tesoros, dentaduras de marsupiales que ahora cuelgan de tu mesita María. Te dije que no hicieras el agujero para el cuerpo tan cerca de ese fósil, y tú te empeñaste, terca como siempre, con tu visión poética apocalíptica, verdaderamente empecinada en la idea de sustituir unos huesos por otros. ¡Ay María que fácil hubiera sido que se secara el recuerdo de ese día! Pero tú no querías en realidad enterrar nada, tú querías retenerlo, solo que es imposible, en la sociedad en que vivimos, llevar siempre a cuestas un cadáver. Cabía esperar que las autoridades te detuvieran antes de alcanzar el metro de las siete de la mañana, en tu masoquista intento de larvas y  azúcar en el café. María, todavía recuerdo como hicimos el amor ese día. Crepitabas como el fuego volcánico que hay debajo de estas dunas, cada vez más abierta a mí y  tu mandíbula marcando mi cuello, y tu lengua subiendo arriba y abajo con su sombra húmeda.  Pero cuando agarré tus muslos y los llevé contra mí ya eran dos lagartos huyendo a lo largo de la basta planicie desértica. Y ni las uñas los retuvieron, y mi mano se llenó de tu escamas. Y creo que incluso mudaste la piel sobre ellas para huirme. Pero no me huías del todo. Solo en parte María, solo en parte, bien lo sabes. Bien sabes que todavía estoy ahí, en tu mesita el incisivo de marsupial, eternizando sobre el horizonte ensangrentado.

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...