domingo, 25 de noviembre de 2012



Me da mucha pena porque se comporta como un niño, se abraza a mi cuello con toda su fragilidad, y yo le digo ay ya, supéralo, no seas niño, y le digo, ya hazte grande, yo no te quiero así, deja de llorarme encima. Pero en otro lugar, y en otro cuello yo estoy igual que él, y alguien penosamente tendrá que recordarme, lo hará probablemente, que ya soy adulta, y que ya pasó la edad de los pucheros.

domingo, 18 de noviembre de 2012

http://www.romancesnegros.blogspot.com.es/2012/11/de-lo-que-acaecio-en-el-indiano-de.html

Me he despedido de él por lo menos en cinco ciudades y en tres países diferentes, la última vez pasó con su bicicleta casi por encima de mí, lo vi irse pero no le daba mucho crédito porque la despedida ya había sido antes, y lo que viniera después sólo podía ser una copia edulcorada de la primera. Pasó como un fantasma ante mis ojos, y me vio quedarme ahí, triste y extranjera. Se fue con ese gesto altivo, de quien no tiene ningún remordimiento por dejar triste a una depresiva, obviamente, pensaría él, no tiene mucho merito entristecer a una depresiva, igual iba a pasar más tarde o más temprano por cualquier otra cosa o por cualquier otro hombre. Por cualquier otra cosa puede ser, no lo niego, últimamente me deprimen las cosas más tontas e inanimadas, el liquido de las lentillas, por ejemplo, me deprime muchísimo, pero por cualquier otro hombre no.

martes, 6 de noviembre de 2012



 

Vistalagre es mi barrio preferido, de todos en los que he vivido sin duda éste es el que más me gusta . Aquí me enamoré, desde mi ordenador pequeño, en mi apartamento enano, tan pequeño que sentada en el sillón pegado a la pared, podía tocar la pared contigua con los pies, y prácticamente sin esfuerzo. Allí pasaba mis horas hablando desde mi ordenador. Aquí cumplí al menos tres años de carrera, hice mis fiestas,  invité a mis amigos que todavía perduran a encuentros claustrofóbico-etílicos, me peleé mil veces, y me reconcilié mil veces. Ahora asomada al balcón de un tercer piso ficticio (en mi rellano marca el tercer piso, pero empieza a contar desde el segundo, así que no es del todo legal esa numeración) puedo ver dos murciélagos que planean, y se persiguen y se aconsejan el trayecto a seguir desde ondas sonoras minúsculas para los humanos. Este es un barrio propiamente inmigrante, no es que el barrio saliera de su país, he personificado un poco al barrio al decir esto, más bien su población es inmigrante, de origen latinoamericano la mayoría, en este instante un padre colombiano, boliviano, peruano, aunque muy probablemente ecuatoriano arrastra a su niñita del brazo a las doce menos diez de la noche; los contemplo ahora desde mi balcón y pienso qué bonito sería sentarme con ellos en el salón familiar, y que me invitaran a cerveza y hablar con la niña sobre cualquier moda yankie  o europea que pueda estar radiando la tele en su cabecita infantil.
En este barrio estudié buena parte de mi carrera, porque sabía que tenía que estudiar algo, porque mis padres sabían que no podían dejarme mejor herencia que una carrera, elegí la que más me gustaba, luego calló una crisis que paralizó el país y las opciones de los jóvenes, pero mis padres ya me dejaron su herencia que disfruté en este barrio. Cantan a gritos el cumpleaños feliz a las doce de la noche  desde algún piso aledaño, después vienen los aplausos, el coro poco a poco se va enmudeciendo. Un negro pasa con un torax impresionante, bello muy bello ese tórax, pasa flanqueando la tienda de la esquina con su camiseta blanca ajustadísima, como una segunda piel occidental y blanquecina, pasa enfrente de “deportes Pliego” una tienda que sí que me recuerda, pero bien a Latinoamérica, a tiendas que vi allá, sólo dios sabrá cómo sobrevive esto en Murcia; tiene siete camisetas en el escaparate, y veinte zapatillas, todas de modelos desfasados. Al dependiente no lo vi bien, pero está claro que es español, también está claro que su clientela no lo es.
Vistalegre comiéndose la noche, vigorizándose con cada respiro que deja la mandíbula en suspensión, tras la pelea de la lengua con el paladar. Vistalegre sorbiendo mis manos, que se mezclan con ella en la laringe, que caen pesadamente a lo largo de la garganta, a través de los años de este esófago de ciudad que camina a empujones por el intestino de  boa húmedo y pegajoso. La noche en vistalegre es para conversar hasta altas horas de la madrugada, o para abrazar a alguien que no hable pero se deje, aunque mucho mejor sería que hable como el barrio pura broma, que cuente chistes étnicos sobre judíos, negros y sudacas. Aquí también vivieron mis amigos latinos, el hondureño y el cubano,  por un año entero mientras cursábamos los estudios de máster.
Recuerdo aquella noche que hicieron fiesta en la terraza de su casa vistalegrina, había un costarricense, también un paraguayo, que accedió a enseñarme su carnet porque todavía no me creía que había conocido de verdad a mi primer auténtico paraguayo; por lo demás había  latinos en todos los rincones de la casa. Hicieron pollo mechado con arroz y con ají, y después bebimos ron cubano, y fumamos criollitos, mientras el cubano tocaba la guitarra y se me insinuaba de tanto en tanto.
Me gustaría salir a la calle y abrazar un par de latinos, y decidles que los quiero mucho, que nunca me peleé con ellos, que los entiendo, que a mí también me gusta la salsa y la cerveza, que yo también soy muy sensible, y puedo llamar a alguien amor, en lugar de cariño, palabra hortera y meditada, y bastante normalizada en nuestras relaciones de pareja a la española. Cariño suena a lo de después, a cuando ya no queda amor, sino respeto y masturbación confidencial y estandarizada.
Igual a mi no me da tanto miedo decir que yo lo que siento por este barrio es amor, simple, lo tengo en mi corazón junto a recuerdos solamente buenos; la primera vez que viví con mi hermana, el día que me metió una percha en la nariz,  la vez que me acompañó a urgencias porque pensé que estaba sufriendo un infarto, y luego no era más que una contractura. El día que hice lo imposible por mostrar a un “amigo” este barrio porque quería que me conociera más, que me viera en él y junto a  él,  como una simbiosis perfecta, carne y asfalto, y lo engañé con una ardua excusa. Mis mejores años, mírame esto soy, no te gusta, ¿no me ves bella?, ¿ni siquiera desprendo ese resplandor que caracteriza a una enamorada? Y él se molestó conmigo porque había andado más del doble,  y yo le dije “qué guapo estás cuando te enfadas”, y él se rió, y ya no estábamos en Vistalegre pero veníamos de allí, lo teníamos todavía pegado a la suela de los zapatos cuando su risa me dio tregua, y yo que estaba a punto de rendirme, me sentí otra vez revitalizada por el barrio.
Después fuimos a la casa, cocinamos para mis compañeros de piso que habían sido invitados  a conocer a mi amigo, en la mano, el ingrediente secreto que habíamos estado buscando por toda la ciudad, pero al encuentro no asistió nadie. Esta soy yo, ¿no lo ves? , esto es lo que mis compañeros piensan de mi, jajajaja que anécdota tan graciosa, me rio fingiendo desinterés, pero busco en su mirada la atención necesaria para recoger el mensaje, después reparo en lo estúpido de todo esto. Se sienta a la mesa conmigo, hace un calor espantoso. En Murcia el verano se extiende desde abril hasta finales de octubre, sin ningún problema y sin necesidad de dar ninguna explicación, se apropia de la mitad del año, el calor es siempre igual de húmedo y horrible. El sudor resbala por la cara de mi amigo,  le cae por esa nariz pequeña que tiene, a mí también por mi nariz que es como el doble de la suya, para colmo en ese piso, hasta ahora el primero que vi así, todas las ventanas dan al interior, a patios de luces, ni una sola que mire a la calle, ni una sola por la que pueda entrar un milímetro de aire.
Personificando al barrio de Vistalegre;  todavía no se ha despertado, la calles  se cruzan  con toda esa línea recta enorme que llega hasta el Mercadona. Todas aparecen ahora desiertas a excepción de la que tengo a mano derecha, que luce transitada por una furgoneta blanca, milagrosamente aparca en un hueco diminuto, un hombre sale para indicar al conductor, “ale ale “pà alante pà…  , ya, endereza, endereza ” mientras hace movimientos circulares con el brazo, son electricistas, es curioso; con la crisis se trabaja hasta en días festivos.
Estaba en Venezuela cuando hoy por primera vez sobre “la crisis española”, llevaba allí cinco meses, me había ido a estudiar un cuatrimestre becada por el departamento de relaciones internacionales de la Universidad de Murcia. Primero me lo había dicho mi novio; desde el canal de cable peruano, sus padres habían oído hablar sobre esa amenaza latente y  en ciernes  que todavía era sólo un breve rumor, corría el año 2008; con toda mi prepotencia y desconocimiento europeo, me reí por igual de mi novio y de sus padres, ¿crisis? ¿En Europa? ¿En España?.  Eso sólo pasa en sus países de cartón piedra totalmente intervenidos por el gobierno interesado de turno, con una economía dependiente, y una desigualdad extrema. Eso no puede pasar en mi país, donde hay  una consolidada clase media. Pero ellos son peruanos, acababan de pasar la crisis más brutal, siendo un país,  que por cierto, siempre estuvo en crisis, pero ninguna como la de los ochenta y principios de los noventa, con esas tasas de inflación, con esa amenaza subversiva;  perros colgados en farolas, con eso séquito de presidentes que se pasaba por el pincho los derechos humanos, con Huancavelica sangrando, con Ayacucho sangrando, con la extorsión como menú recurrente, los militares apostados en los cuarteles, pidiendo más derechos, más dinero, más poder de decisión para acabar con esos terrucos-serranos-maoistas-gonzalistas. Hasta que un día el barrio de Miraflores revienta, era la amenaza que tanto habían coreado los legionarios del presidente Gonzalo, en segundo paso de su lucha estratégica “llevar la guerra del campo a la ciudad”. Y para ciudad Lima, lo único importante de todo el Perú, sede presidencial, casa de todo órgano de gobierno y representación, ese veinte por ciento de población privilegiada del Perú, esa clase media, y media alta, y en Miraflores alta, ve como los cristales de sus departamentos de repente ondulan sobre la hoja de las ventanas, y el suelo también ondula, y la luz parpadea, mientras a la tierra le ruge la barriga con fervor, el mar se levanta sobre la costa para recibir los cristales que se desprenden de todos esos hoteles de lujo, los atrapa con su lengua de sal y se los lleva poco a poco hacía en interior.
Sendero Luminoso a cumplido su promesa.  Ya no es un conflicto de serranos, ya no es una guerra de muertos de hambre, ese barrio se hospedan Sabina y Vargas Llosa, en ese barrio habita la flor y nata del Perú, en ese barrio Chabuca cantaba con timbre precioso la Flor de la Canela. Los coches llamean en la noche limeña, como dos grandes ojos desorbitados se elevaron en el cielo humeantes, girando sobre sí mismos. El atentado de Miraflores no se olvidó, y todavía hoy no lo ha olvidado el limeño prepotente,  que podía ver como morían miles de negritos, pero ni un solo blanco. Igual me explotó a mí la bomba, removiendo los intestinos de mi vanidad europea cuando regresé a España en busca de mi antiguo trabajo, y me enteré que la gente en el museo  llevaba meses sin cobrar.
Después de comer vamos a la habitación; él es de este tipo de personas de las que sabes que se van a manejar perfectamente bien en la cama,  porque da exactamente igual lo que hayan aprendido, de quién lo hayan aprendido, o cuanta atención pusieron en la lección; lo suyo no tiene reglas, ni posturas, ni recuerda técnicas, ni otras caras. Lo suyo es amnesia total en el momento de explorar tu cuerpo, porque todo lo que le mueve es instintivo. Es una de esas personas nacidas para follar, que aunque no hubiera practicado sexo nunca, y viviera en una sociedad dónde no se consumiera, como se consume en la nuestra, en una sociedad en la que ni siquiera se conociera, sin embargo, él seguro estaría pensando en sexo. Se le aparecería en forma de revelación un matorral llameante, o cualquier otra cosa, o bien  a través del sueño. Eso es lo que más gusta, que no se para a pensar, “¿Lo estaré haciendo bien? ¿Estará satisfecha?”, por eso todo sale fluido. Su mano se abre hueco por una pata de mi pantalón, sabía que iba a acceder por ahí, sabía que no iba a hacer lo típico de quitar el pantalón,  busca la escaramuza, como guerrillero en los andes, se abre hueco entre mis ingles con su mano ganzúa, con un dedito aparta el tanga y me acaricia , mientras baja  lentamente.

II

En la buseta suenan Los Adolescentes, un grupo caribeño de puro chamo, salsero, lo busqué antes del viaje, “¿cómo se llamaba el movimiento? Salsa.. salsa ¿qué? Salsa sensual” Salsa recontracaribeña, recontra sensual. Quería saber lo que escucharíamos en Venezuela, quería vivir el Caribe para hacerme fuerte y soportar los meses que faltaban. Me tengo que ir, y no es por mí, contigo está mi corazón, si te quiero con el alma, ¿por qué tienen que separar el amor de mis entrañas?  Así dice la canción.  Veo en el reflejo del cristal mi bíceps, hago fuerza pero comedidamente para que ella no se de cuenta y no me diga “Flipaeras”, con ese acento tan gracioso, tan: “joder, macho, tio, ¡tan español! ¡Linda mi españolita!¡mi provinciana!.
Me estoy poniendo fuerte, se me nota bastante, los jeans hasta se me caen, fue idea de ella lo de ir al gimnasio, yo no había estado nunca; en Perú lo pensé una temporada, pero luego deseché la idea. Sin embargo en Venezuela, con todas esas horas esperándome a lo largo del día, sin más distracción que mirarla estudiar, sin más distracción que la tele a volumen bien bajito, o el juego del solitario de la computadora, ahí sí que dije “Si, amor, vamos al gimnasio”, además queda justo debajo de la casa, en la planta baja de este bloque de edificios donde vivimos. Tiene dos salas, una propiamente de musculatura, con pesas enormes, y aparatos aparatosos, ahí, en esa sala, está la recepción, que consistente en un pequeño mostrador  dónde nos recibe el dueño del gimnasio, un tipo simpático que el otro día puso rock a petición mía, y ahí mismo nos colocó el disco de “Metallica” que ya nunca quita, tengo Nothing else matters repitiéndose como un bucle infernal en la cabeza. Mi chica dice que la culpa es mía, que ande y le diga que vuelva al reggeton, que tiene un ritmo mucho más marcado para hacer  ejercicio, con esos bajos, con esa base tan lineal. Pero yo no me atrevo a decirle nada, no porque tenga miedo recibir un puñete de parte de su brazo musculoso, sino porque no quiero que me tome por un caprichoso extranjero, o peor, por un cabro que anda echándole los perros con la excusa de la música. 
La buseta camina feliz y tambaleante hacía su destino. Al otro lado de la calle veo una chica que hace que el corazón se me agite, me atoro de repente, el pecho empieza a convulsionar, no puede ser ella, ¿Qué estará haciendo acá?, es igualita con esa espalda pequeña, esos hombros estrechos que descienden cóncavos hacía una cadera ancha. La botellita de coca-cola desfila antes mis ojos que no dan crédito, la última vez que la vi fue en Sao Paulo, después me dijeron que se había ido a Argentina o que estaba casada con un porteño, o algo por el estilo.
La sigo tímidamente con la mirada, la hembrita que tengo en el costado es de lo más perceptiva, estoy seguro no sólo de que sabe que me fijé en esa chica, sino que además intuye que me recuerda a Mariela, la brasileña que conocí en el Rock in Rio hará más de cuatro años. 
Odié a Mariela durante muchísimo tiempo porque hubiera querido que fuera negra, nunca tuve nada con una negra,  ella era una brasileña preciosa con cuerpo de negra y cara de blanca, sólo le faltaba el color, una pigmentación menos cruda para ser la diosa de ébano abriéndose como una flor desplegada ante mí.  Mariela me duele todavía y es que, por más que quise, por más que intenté  acariciar su corazón, pasarle la lija a esa piel blanca y resistente como el acero, nunca pude hacer ni el más mínimo escoyo en ella, nunca ni un leve arañazo que surcara sus poros, ¡y mira que arañé con mis uñas planas!, ¡con mis dedos rechonchos!, y ni hablándole de dulzuras ni hablándole desgracias, pude sembrar ni el más mínimo fruto en la diosa de ébano blanco. Nos escribimos tras  mi vuelta al Perú, ella me contestó un par de mails  en respuesta a siete míos, después  seguí escribiendo pero ya no envié más.
Lo que más me enferma es precisamente eso, que yo no formé parte  de su top 10 de yagas purulentas, de brechas en el alma. Hubiera hecho todo lo que estaba en mi mano de haberme dado bola;  cogería ese avión a Brasil que tantas veces diseñé en mi pensamiento y me metería dentro de ella, pondría sus manos en mis manos como guantes de látex, cediendo su piel hasta que cupiera en mi cuerpo, corriendo con ello, el riesgo cierto pero necesario de que su piel no resistiera,  de que se quebrara finalmente. Primero despacito, después con urgencia agrandaría  sus hombros a base de tirones hasta que se ciñeran a los míos, hasta hacerme un sitio imperecedero en Mariela.
La miro de reojo, sé lo que le pasa antes de que me diga (si es que tengo la suerte de que me diga algo) ¿Amor qué pasa? ¿En qué piensas? Mueve los brazos de arriba abajo, encoje los hombros, mientras responde con la mirada triste y hundida hacia el asiento de delante: “En nada”. No en serio, quiero saber qué te pasa, cuéntame.
Si yo te hubiera rechazado, si no me hubiera ido a buscarte a Perú  aquella primera vez, ahora sería tan guay como la brasileña, sería el número uno en tus heridas, en tus nostalgias, pero ya ves que no fue así.  Chucha es bruja esta,  se les escapó a la inquisición española ésta brujita y ahora va por ahí leyendo mentes, acertando con las palabras exactas, con la entonación y hasta  con las comas. Amor, yo solamente te quiero a ti. Eso es verdad.
La buseta para enfrente de la casa, casi al lado del mercado, sólo tenemos que cruzar la carretera y ya estamos allí. Ella me da la mano, no sé qué le pasa a esta niña, por qué me tiene tanto apego al  cruzar la calle, sí, que yo sepa, nunca la atropelló ningún coche.  “Amor tengo hambre”, no queda pan, no queda nada de nada, y de bolívares andamos mal, es ya el quinto mes que llevamos  aquí.

III

No recuerdo el primer día que lo conocí, debía andar con el indio, en esa unión  fatal que los caracterizó por mucho tiempo. Al principio pensaba que se trataba de dos poetas subversivos, unos beats de los fríos, de los de chaqueta y cabello peinado hacia atrás, todo el día diciéndose cosas al oído, gesticulando espasmódicamente, como si tuvieran por necesidad, que cortar el aire en trescientos pedacitos cada vez que hablaban sobre cualquier cosa.
La vez que empecé a sospechar que esos dos tramaban algo fue en un descanso entre Historia Universal e Historia de América. Allí estaban los dos sentados al final de la  clase, en indio daba grandes gritos, tanto, que a los pocos minutos ya tenía toda una audiencia masculina conformada alrededor de él; se reía con su boca cherokee enorme mientras llevaba al limite sus labios finos, que ya estaban por salirse de esa cara escuálida, cuando decido acercarme y el indio me ve a la distancia y empieza a bajar la voz, a marcar un ritmo más pausado para la conversación con las manos, como el maestro de la Opera de Viena, dirige  a todo su auditorio que poco a poco va declinando, va encogiéndose como la voz del Indio. Mientras me acerco pienso ¿por qué se calla ahora este huevón?
Cuando estoy a dos pasos de él y  ante ese silencio general  masculino, envolvente,  el Indio que había enmudecido por completo, de repente alza la voz reivindicando a todos los de su raza, a toda la pradera norteamericana, desde Texas hasta Oklahoma, sus antepasados mezclando el peyote con saliva, desde Boston hasta Dakota, sus antepasados trepándose a los árboles en busca de vaqueros, haciendo señales de humo, peinando su pelo negro como el carbón y lacio como el Rio Colorado en calma.   Y allí mismo el Indio que me grita: Wispi : “¿has visto al abogado?”  Se puede oler la expectación general, todo el mundo está al acecho de mi respuesta: “qué abogado Indio, mejor deja de fumar esa mierda”.
¿Qué abogado , responde él, ahora en forma de alarido estridente, que abogado continúa, por si quedaba algún despistado perdiéndose el juego: “ El que tengo aquí colgado”, mientras se toca los testículos por encima del pantalón, y mueve la cabeza de arriba abajo, y mira a todos que se ríen también,  todos a una. El Indio regodeándose,  ha salido a las mil maravillas el chiste, piensa,  y su risa empieza a meterse hacia adentro como para marcar con ello una barrera entre el bien y el mal, entre la razón y la cordura, como para decir: la broma ha sido tan graciosa que merece incluso que me ahogue;  una baba larga y transparente sale despedida en ese momento de su boca y ahí acaba la conversación, todos volvemos a nuestros sitios pensando que no había necesidad de escupir.
Ati estuvo todo el tiempo a su lado pero sin decir nada, como si el escándalo que se formó junto a él, no le molestara en absoluto. Estaba haciendo algo no sé qué, sólo sé que lo vi rodeado de papelitos pequeños, diminutos, y que de vez en cuando escribía en ellos.
La baba ha caído al lado de la mano de Ati, es decir  al lado también de todos sus papeles diminutos, pero no sé ha dado cuenta, sigue con la cabeza baja, canturreando una canción, que no consigo escuchar pero que debe tener un ritmo muy vivo, pues Ati mueve su pelo castaño, sus gafas  y su barba poblada y larga de un lado a otro ininterrumpidamente.
El Indio en realidad no es norteamericano me comenta una compañera entre risas, parece que lo es, cualquiera diría que lo es, tampoco ella es judía, pienso yo, aunque lo aparenta. Siempre es difícil entrar a una clase nueva, en el instituto era difícil pero aquí es todavía más por ese prejuicio que existe sobre la universidad y los universitarios, y los profesores de universidad, siempre acodados en sus chaquetas que compiten en grado de superioridad sobre los polos de los profesores de instituto. Mi compañera de mesa  interrumpe mis pensamientos una vez más: ¿siempre vistes de rosa?, me pregunta. Hombre, siempre, siempre no, aunque suelo llevar alguna prenda rosa, es un color que me gusta desde niña. Hoy no, hoy te vestiste enterita de rosa, me dice, la ropa interior también la llevas rosa mientras señala mis bragas que sobresalen por encima del pantalón.
Me afano más en cubrir los michelines laterales que sobresalen con mis bragas rosas,  que en ocultar mi ropa interior, empiezo a pensar que este va a ser un año muy duro. ¿Entonces si no es norteamericano (cosa por otro lado obvia porque habla más murciano que el paparajote) entonces de dónde es este sujeto al que llaman “Indio”?  Creo que es un sanwich mixto, mitad peruano mitad murciano.  Ati sí que no tengo idea de qué planeta ha salido.  ¿Ati? ¿De verdad se llama así o es un apodo? Es una abreviación, se llama Atila, como el rey de los Unos. Las dos nos reímos ¿no puede ser? ¿Atila? Escondemos la cabeza en el pupitre,  si pudiéramos habríamos hecho un agujero en la madera como un avestruz, que se nos vea sólo el cuello largo y no las lágrimas que lucimos ahora, y no los mofletes hinchados librando una dura batalla con el aíre que quiere salir, que quiere liberarse de esta incomoda carcajada sin que el profesor se percate. Mi compañera está más roja que Spiderman, me pregunto si yo también  estoy así, igual me he puesto rosita como mis bragas.

IV     

He descubierto más cosas sobre Deportes Pliego. Primero se confirman mis sospechas; la tienda la lleva un matrimonio español de mediana edad. Rubia ella, moreno él, les conozco una hija de aproximadamente siete años, aunque a decir verdad se me da muy mal calcular la edad de los niños, pero debe andar por ahí. Segundo, efectivamente su clientela mayoritaria es latinoamericana, acabo de ver a dos chicas, cargando, un niño una, otra, una niña, cargando éstos a su vez las mochilas del colegio, apostados y defraudados ante la puerta cerrada y la persiana bajada de Deportes Pliego.  
Esta mañana pasé por la tienda como cuatro veces andado de un lado a otro del barrio, recreándome en él cuando apenas habían abierto los primeros comercios. Ha sido difícil porque la rodilla me dolía, además sentía a mi pierna insegura, capaz de quebrarse como un junco bajo una fuerte llovizna, por ello intentaba a cada paso, colocar el pie recto, perpendicular al tronco, para que mi rodilla también estuviera recta y no fuera sometida a ningún tipo de movimiento extraño. Pero los nervios, y el hecho de tener que estar calculando la pisada que cualquiera haría de forma más  o menos automática, daban lugar a justamente lo contario, a que retorciera la pierna de la forma más  dolorosa para mis articulaciones
Al final ha sido media hora de dolor y recreación de lo más intensa. Fui a ver a la china que trabaja debajo de mi casa, en un comercio de alimentación. Por si alguien no lo sabe, Murcia está plagado de negocios llevados por chinos, son como los 24 Horas en cualquier otra ciudad de España sólo que a precios sensiblemente menores. Sus horarios suelen oscilar entre las diez y media de la mañana y las tres-cuatro de la madrugada. Durante mis tres primeros años en Murcia, podía bajar a la hora que me diera la gana al  “chino”, así llamamos aquí estas tiendas, y comprar alcohol.
Los botellones (Albacete), botelleo (Murcia), los hacíamos a la puerta del chino, como en Latinoamérica es costumbre  beber en la puerta de la licorería. Hará como cuatro años, una ley regional, prohibió para ponernos en consonancia con el resto de España, que en los chinos se pudiera vender alcohol pasadas las diez de la noche. Ese mismo día los chinos colapsaron el número de su proveedor pidiendo cantidades descomunales de bolsas de plástico, no blancas y medio transparentes, como las que acostumbraban a darte con tu compra, sino negras y opacas, y a partir de entonces si querías alcohol pasadas las diez de la noche, o tenías la suerte de que el chino y el proveedor de bolsas habían llegado a un acuerdo provechoso para ambos, o tenías un bolso grande, que enseñabas al chino del otro lado del mostrador, abriendo la boca del bolso, mientras formulas la siguiente frase: “la guardo aquí (la litrona)”.  Así es como sobrevive Murcia a su fortísimo calor africano-levantino que más de una vez ha rozado, y otras veces morreado y penetrado los 42- 45 grados, con agüita de Espinardo, con la “Estrella Levante”, una cerveza fresquísima de 4.5º de alcohol, ni amarga, ni suave, en su punto, que se fabrica aquí, en Murcia, y que no me ha pagado ni un duro por hacer esta publicidad, que conste que se la regalo por pura devoción, y por los momentos inolvidables que he pasado rodeada por sus destellos verdes. 


El pequeño Escottie nació en Anaheim, California en 1966, su madre de ascendencia panameña y su padre  hijo de irlandeses emigrantes, pronto se separan, y su nuevo padrastro…  There is a child sleeping near his twin  The pictures go wild in a rush of wind That dark angel he is shuffling in Watching over them with his black feather wings unfurled… y Buckley que adoptó el nombre de su verdadero padre a la edad de diez años cuando tuvieron su primer y único encuentro, muere ahogado en el rio Wolf, en Memphis el 29 de mayo de 1997 a la edad de treinta años. Tenía el registro vocal de Freddie Mercuri, de cuatro octavas y media, posible para la opera y casi imposible para el rock a excepción de los dos casos mencionados anteriormente.

domingo, 4 de noviembre de 2012


 

Vente conmigo a Perú, a Arequipa

(Allí da igual que te saque “una puta cabeza”,

Como me dijiste aquella vez, y yo te contesté de esa manera tan frívola)

En Perú todo esta permitino.

Vente conmigo a Perú, dejarás de ser la joven revelación

De la poesía albaceteña, eso es prácticamente seguro,

Pero en Arequipa también hay naturaleza de la que puedes hablar,

Es costero ¿sabías?

Esta mañana busqué si hay becerros en Perú,

Porque leí en tus poemas que te gustan y, efectivamente,

¡Hay becerros en Perú!

Me están buscando por allí una chambita,

Vente conmigo, y luego ya, una vez allí,

Arreglamos cuentas….

Podría irme sola, eso es verdad, pero prefiero irme

                      contino

sábado, 3 de noviembre de 2012



La he visto pasar antes,
Asustada, moviéndose lentamente con su mirada
De vaquita mansa, entre la gente del bar.

A punto de toparse con el micrófono,
Con las manos en los bolsillos,
Se dirige hacía nosotros su melena castaña
Y su miradita mansa.

Esperamos a que se siente y ahí es que me rio,
Porque deja tras su tercio un estruendo de metal.
Entonces estudia con sus deditos la mesa, la palpa,
Como si fuera un herrero de sesenta años.
¡Estaba  tan linda, tan etérea, con su vuelo tímido por el camino,
En medio de la seriedad del recital!

Ella que hizo  toda esa jugada maestra
Esquivando a unos y a otros,
Regateando con su abrigo,  virtuosa del disimulo amarillo...

Una lástima! Le perdió solo la chilena del final, al dar directa al palo.

  La sangre se confunde detrás de los focos, ya no es roja, ya no es sangre. Las balas se equivocan al salir de las armas, ya no es ca...